BRINDIS B. GAMARRA
CUBILLAS
Por: José Santos Gamarra Soto
(Dolton)
Plaza de Armas de Barranca año 1,969, Dn. Brindis Gamarra
Cubillas junto a sus hijos Marcelo Ciro y José Santos.
in duda, nuestros padres son las personas que más
amamos en la vida, no solo porque nos dieron la vida, sino por sus consejos y enseñanzas, de ellos se recibe el cariño y todo los
actos que llenos de ternura y bondad labran el presente y futuro de sus hijos. Hoy
07 de Julio cumpliría 95 años el nacimiento mi padre, don Brindis Benedicto
Gamarra Cubillas, quien era hombre de estatura no
muy alta, trabajador empedernido en las tareas de la chacra. Me había contado
en más de una oportunidad, como fue formando su recia personalidad desde muy
pequeño, porque a los quince o dieciséis años se había iniciado arreando ganado
vacuno a la costa, que los compradores llamados “ganaderos” contrataban a los
jóvenes para arrear las reses que compraban a los marquinos. Había uno en
particular llamado Manuel, yerno marquino, su esposa se llamaba Elvira
Portella, quien compraba las reses para que los
jóvenes lleven arreando veinte o
treinta reses durante tres o cuatro
días de caminata hacia la costa, por los años de 1930 a 1940, cuando aún no llegaban los camiones a Marca para trasladar a los vacunos hasta los camales
de Paramonga ó Huacho.
Mi padre, me contaba con elevado entusiasmo y orgullo las hazañas de juventud
que había logrado con sus amigos en su aventura por la costa, a los que yo
escuchaba muy atento el relato de mi padre. Era un hombre tenaz en el trabajo
pero tierno y bonachón con sus hijos, que se había formado con mucho esfuerzo
y sacrificio para después formar su hogar con su Ellpicha, mi madre, llamada Fidencia Elpidia Soto
Padilla, siete años menor que mi padre.
Recuerdo que mi madre era la más severa con sus
hijos en casa, pero llena de ternura, castigaba los malos actos y premiaba los
buenos. Se daba tiempo para todas sus responsabilidades, derramando entusiasmo
y felicidad mamá Ellpicha me contó que los pobladores de Marca comentaban, que
entre los buenos cargadores por aquellos tiempos del Cúmuchi en Semana Santa había sido mi padre,
uno de los que mejor han llevado a Cristo crucificado, durante la procesión
del Jueves Santo, y haciendo un recuento de
cargadores en todas las celebraciones de
Semana Santa y la historia de Marca también registra a Policarpo Enríquez,
Erasmo Aquino, Benicio Ramírez, Desiderio Espinoza, Leonardo Enriquez y Peñafort Díaz entre otros
por esos años, los más famosos. Don Brindis había tenido tal honor de cargar
el Cúmuchi en los años de 1952 y 1953, conjuntamente con Abraham Fabián
natural de Chaucayàn, éste murió años más tarde, ahogado en un trágico
accidente, en el río fortaleza, a la altura del puente de Chaucayán.
Mi padre cargó el kumuchi por dos años consecutivos. El
primer año, sacó de la Iglesia Matriz a Cristo crucificado hasta chopicalle en
el barrio de Pircaymarca, solo, sin ayuda de nadie, ese era el verdadero Santo
Varón que lleva descalzo, por las calles de Marca en lluvia, llenos de barro y pedregosas durante toda la
noche, desde la Iglesia Matriz hasta el lugar denominado chopicalle; y el otro,
Abraham, tomó la posta desde chopicalle hasta la Iglesia. Al año siguiente, Brindis cargó desde Chopicalle hasta la Iglesia, respetando
la costumbre y tradición del pueblo. Los años que cargó el kumuchi mi padre contaba con
32 y 33 años de edad respectivamente, para esta tradición católica, había
vendido un toro para pagar la pujanza, trabajó como nunca todo el año, porque
era un anhelo muy acariciado, cargar el kumuchi de Jueves Santo. Tenía dinero y
coraje, oportunidad que no lo desaprovechó.
Yo contaba con uno y dos años año de edad respectivamente por aquellos años, era un niño de leche, mis primas Efrosina y Ana
se encargarían de llevarme cargado en la espalda con su “jacu” y con el “wachtku”
turnándose durante la procesión. Mis
primas estaban muy nerviosas al
ver que mi padre cargaría el kumuchi, lloraban de emoción al mismo tiempo de miedo. Mi padre no
era tan alto y corpulento para cargar solo toda la noche a Cristo crucificado que
sobrepasaba los cien kilos, ese era el temor que tenían las sobrinas; pero como
todo agricultor dedicado a las faenas del rudo trabajo en el campo tenía la
musculatura adecuada para ganar la pujanza y llevar a Cristo crucificado al
compás del bombo de la banda de músicos.
Mientras el cantor religioso Leonor Gamarra cantaba
los últimos salmos antes de la salida de Cristo crucificado; don Brindis,
después de ganar la pujanza, que dicho sea de paso estuvo muy reñida como todos
los años, comenzó acomodarse las fajas que le cruzaban el pecho, estaba
ataviado con una túnica blanca, los dos Santos Varones ya habían tomado su caldo de toropachaquin –caldo
de pata de toro- y minutos antes se sirvieron su washcu para calentar el cuerpo decían, unos; y
otros, comentaban para perder el miedo.
Le amarraron la cabeza con una tela blanca y
gruesa alrededor de la frente, para amortiguar el dolor que podría ocasionar la
cruz de madera y los clavos en la frente, llevaba un cordón blanco a la altura de la cintura amarrado alrededor del mismo, como los sacerdotes, la túnica blanca le daba
solemnidad, era efectivamente el Santo Varón, solo se les veía las manos
libres, se le notaba los callos y las
cicatrices que tenía en la mano, por el uso de la
lampa y barreta en la tareas rutinarias de las chacras que cultivaba.
Templó las bandas o fajas que le colgaban de
los hombros en forma cruzada, se inclinó un poco como para templar las fajas,
en cuclillas, esperó que le pongan la faja por debajo de la enorme cruz, cuando
estuvo seguro que todo estaba en su
sitio, levantó el kumuchi, se paró al centro
de la Iglesia, solo y corajudo:
“¡Ay Dios mío!, lo va aplastar a mi tío" - repetían una y otra vez mis primas, el nerviosismo en la familia era natural.
La banda de músicos comenzó a tocar la marcha
fúnebre Candamo, mi padre comenzó a dar los
primeros pasos seguros y firmes, pasos
lentos, inclinando el peso en uno y otro pie, le otorgó balanceo, temporalidad y ritmo, los
aplausos no se dejaron esperar, la emoción cundió y las personas mayores decían
“alli cholo she”. Entonces mi madre doña
Ellpicha, mis primas y toda la familia respiraron aliviados; y ella,
secó de orgullo sus lágrimas emocionadas, viendo que su esposo caminaba con la
naturalidad de un buen cargador de kumuchi,
los comentarios de buen cargador, duró por muchos años.
Brindis, era un hombre de recia personalidad y trabajo duro, no dudaba en realizar
cualquier trabajo, pero al principio no
era el yerno preferido de mi abuela Tomasa Padilla Ferrer, quien no estaba dispuesta aceptar el anuncio de compromiso de
su hija menor Elpidia, le recriminaba a su hija por su elección, cómo había
podido fijarse en un hombre sin dotes, de estatura baja, de poca educación, no
pertenecía a la clase más acomodada de Marca.
Fueron pasando los años y don Brindis con su
trabajo y don de gente, se ganó el
cariño y respeto de doña Tomasa, a tal
punto de convertirse en el yerno preferido,
de los tres yernos que tenía, precisamente por los trabajos que
realizaba. Doña Tomasa, mi abuela, encargaba especialmente a mi padre para que
realice trabajos de sembrío y cosechas en sus chacras que poseía tanto en Marca
como en Churap, porque su difunto esposo don Carlos Borromeo Soto Tolentino, mi abuelo, le
había dejado en herencia extensas tierras, así como también haber adquirido como herencia de su padre Don Félix Padilla gran
parte del anexo de Churap, principalmente de Chinchipampa, llegando sus
dominios hasta Pampán.
Pasaron los años, era el mes de febrero del año de 1959 estando mi madre en Cochacar, yo
contaba con ocho años de edad, mi madre me envió con la “merienda”, llamaban
así el almuerzo que tenían que servirse los trabajadores, ésta merienda era
para mi padre, quien se encontraba junto a otros agricultores en la “Limpia de
acequia” de Cochacar. Era costumbre que todos los años los agricultores limpien
la acequia que les sirva de canal de regadío a sus sementeras, para ello se
hacía faenas de Minka entre todos los agricultores favorecidos. Esa tarde de
febrero, tarde lluviosa, llevé el almuerzo para mi padre hasta la zanja de Pati, donde los trabajadores hacían su descanso obligado de la faena al medio
día, debajo de un frondoso árbol de aliso.
Después del almuerzo, y durante la "malluada" ó chacchado de coca, a mi padre lo eligieron “Juez de Aguas” de la acequia de Cochacar, a propuesta de don Juan Espinoza Somoza, a quien llamaban “Chucki
Chokan”, sobrenombre que le habían puesto los comuneros, una noche que dormían
en las alturas de Paroncayàn durante la toma de tierras para la comunidad Campesina San Lorenzo de Marca,
había un comunero que tosía en la quietud de la noche, cuando otro comunero
preguntó:
¿Pitac sellama chockan? ¿Quien tose tanto? -Dijo el comunero.
¡Chuki Chokan she!........¡Esta tosiendo Chuki!
Era don Juan Espinoza Somoza, natural de
Rapayán, Huari, casado con una dama marquina, quien
Era muy vozarrón, hablaba muy fuerte, pero
Con sus amigos agricultores era muy bonachón.
Al
buen Juan Espinoza Somoza, que era padre de mis amigos Teodoro y Reynaldo Espinoza Gómez, con quienes yo estudiaba en la Escuela Primaria de Varones N° 1339, ya se le conocía como “Chuki” porque era
natural del callejón de Conchucos, en Marca, a todos los conchucanos se les
conocía como chukis, pero como tosía mucho le pusieron “Chuky Chokan”. Juan
Espinoza le tenía mucha simpatía a mi padre, a raíz de su nombramiento de Juez
de Aguas de la acequia de Cochacar que llegaba hasta sus dominios en wakraqaqa.
Aquel mismo año en la ciudad a mi padre, lo nombraron “Alcalde Pedàneo”, ejerciendo
dicha autoridad por el tiempo de cuatro años en cuantos eventos existía en el
pueblo, durante el mandato de mi padre, recuerdo haber visto dirigiendo y dando
órdenes a la feligresía durante la procesión de Semana Santa con su garrote
de mucti, separando a las damas y varones y hagan una fila por cada género y
acompañar a la procesión, con mucha fe y devoción, ¡Feliz cumpleaños Papá!,
estés donde estés siempre te recuerdo con mucho cariño.
Mi madre doña Ellpicha tuvo cuatro hijos varones, Marcelo Ciro, José Santos,
Félix Teodosio y Brindis Constantino, los dos últimos fallecidos a temprana
edad, mi madre falleció al dar a Luz al último de mis hermanos el nueve de
octubre del año de mil novecientos sesenta y cinco. Ellpicha, compañera
inseparable de don Brindis, trabajadora y madre ejemplar de sus hijos, vivió
sólo treinta y siete años.