PAMPALLAMAN…
PAMPALLAMAN…
(La Historia de Chakwas Achicay o
Achachay)
José Santos Gamarra Soto
Hace
muchos años en la comunidad andina y quechuahablante de Marca(Ancash-Perú)
escuché un cuento que me impactó profundamente por su personaje y su trágico fin;
éste relato es la reconstrucción basada en las tantas versiones que oí de boca
de mis padres y abuelos en su lengua nativa, como una narración andina. Se
trata de la Chakwas Achicay(En Marca: Achachay o Achachíí). La historia y la
cultura peruanas, innegablemente, se remontan a tiempos precristianos.
Solamente nos falta superar las nieblas de prejuicios e ignorancias que nublan
nuestros ojos. Necesitamos limpiarnos de las nieblas para tener una clara
visión de nuestra vida, de nuestra historia y de nuestro futuro para comprender
y entender nuestras raíces.
“En
tiempos muy remotos habían dos niños, huérfanos de padre y madre, que vivían
junto a una tía mala y perversa. Ella con diez y Él, como de cuatro años. La tía, que como se ha dicho,
era una mujer sin entrañas, los trataba muy mal; los tenía solo cubierto de
harapos, muy mal alimentados; obligando a la niñita a realizar trabajos
superiores a sus fuerzas, y si no podía, la castigaba cruelmente. Una tarde la
mandó a traer agua de un puquio cercano con un cántaro de barro, la pobrecita
que apenas podía levantar ese tremendo cántaro lleno de agua, lo soltó en medio
camino, rompiéndose la vasija en pedazos. Ante esto, la tía encolerizada
maltrató horriblemente a la pobre chica y la dejó sin comer juntamente a su
hermanito.
Frente
a estos tratos inhumanos. La niña pensó escaparse de esa casa; como lo hizo en
efecto, apenas entró la noche llevándose cargado a su hermano. Como que era
pequeña y no sabía a donde dirigirse anduvo incierta, en medio de una noche
fría y oscura por los campos desolados. Las piernecitas le flaquearon tanto por
el peso que llevaba cuanto por el hambre y la debilidad, que hacían languidecer
su organismo. Su almita horrorizada y su asustadiza imaginación poblaron la
noche sombría de cucos y de fantasmas. Pero con gran alegría, distinguió a lo
lejos una luz, que era seguramente un fogón que ardía en una choza. Allí se
dirigió y al cabo de un buen rato de caminar, con el hermanito en la espalda
que se había quedado dormido, tras penosas caídas y levantadas, llegó a la
choza. Salió a recibirle una vieja, horriblemente fea, tenía los ojos redondos
como la lechuza; la boca hundida y desmolada y la nariz ganchuda como pico de
búho, tenía unas expresiones y maneras muy toscas y repelentes. La vieja
produjo en la niña una profunda impresión de miedo; pero no tuvo más remedio
que asilarse allí. Era la bruja de la comarca, La Chakwas Achicay ó Achachay.
La
hizo pasar y la invitó a sentarse junto al fogón. Los ojos de la niña se iban a
la olla que estaba hirviendo; el niño se había despertado, se puso a llorar. La
bruja comprendió que los chicos tenían hambre, sacó la olla que estaba
hirviendo, vació a un mate un poco de su contenido y les tendió diciéndoles:
-
Esto
nomás estaba preparando para comer… ¡Sírvanse!
Los
chicos tomaron con avidez esos trozos creyendo que fueran papas sancochadas,
pero se encontraron con collotas (Cantos rodados), se miraron entristecidos y
dejaron en su sitio esa comida de los demonios.
-
¿Por
qué no comen? -decía la bruja.
-
Estas
son papas y si no quieren comerlas se quedarán de hambre.
Y
queriendo dar el ejemplo, agarraba las piedras del plato de los chicos, las
partía como si realmente fueran papas y las engullía una tras otra. El
cansancio y el sueño rindieron a los chicos. La Chakwas Achicay le dio a la chica un pellejo y unas mantas
viejas para que haga su cama en un rincón de la choza, y se ofreció derrochando
zalamerías y fingiendo maternal solicitud, hacer dormir al chico en su seno,
para abrigarlo y cuidarlo mejor. No le gustó esta proposición a la niña pero
por más que quisiera, no estaba en condiciones de oponerse a los deseos de la
bruja.
En
efecto la Chakwas Achicay se acostó con el niño, quien aterrado por la figura
espectral de la vieja, no pudo ni resistirse, ni llorar. La chica recelosa de
la suerte de su hermano, porque su corazoncito le decía que las intenciones de
la bruja al llevar a su seno a la criatura no eran nada buenas, no podía
conciliar el sueño; estaba despierta, con los oídos bien atentos, aunque guardando todo el silencio posible.
Más
o menos a la media noche escuchó un quejido salido de los labios de su
hermanito, la chica se sobresaltó.
-
Tiya; ¿Qué
le pasa a mi hermanito? –preguntó con un tono de ruego.
(Tía, en la cultura andina, es el trato que
dan los muchachos a las personas mayores aunque no les ligue ningún
parentesco)..
-
Nada,
le picarán las pulgas-le contestó la bruja secamente.
Al
cabo de un rato volvió a escuchar un quejido igual.
-
Tía,
¿Qué le haces a mi pequeño? -volvió a suplicar la chica, temblando de pies a
cabeza.
-
Le
hincarán mis cabellos, ¿Qué te preocupas tanto?- Duérmete tonta, le increpó la
vieja, dando muestras de cólera.
Entonces
la niña ya no abrió más la boca, aunque a intervalos escuchó los mismos
quejidos, cada vez más débiles de su hermanito. Acurrucadita en sus sucias y
retaceadas mantas se durmió, imaginándose mil cosas horrorosas, pensando que su
hermanito querido y en el infortunio que los perseguía; amaneció sin pegar como
se dice una pestañada.
La
pobre niña no podía equivocarse sobre la suerte cruel que había ocurrido a su
hermano. La Achicay, la horrible hija del infierno, había ahogado a la criatura
durante la noche, introduciendo poco a poco sus uñas de ave rapiña, en su
cuello y chupando su sangre como un voraz murciélago; y, para que ella no se diera
cuenta, la mandó muy temprano a traer agua al puquio con una canasta. Esta era
una treta de la bruja para que la chica demorara todo el tiempo posible, hasta
que diera fin al cuerpo de su víctima, pues era más que imposible traer agua
con ese trasto.
La
niña fue solo por obedecerla, intento llenar de agua la canasta en el puquio,
pero si bien por la abundancia del agua parecía llenarse la canasta, apenas la
retiraba, se vaciaba. Pasado mucho rato, se atrevió a regresar a la choza a
decirle que le era difícil cumplir con su orden. Entonces la vieja, rabiosa,
agarró la canasta y fue al puquio, no sin antes de gruñirle a la niña por su
inutilidad y de asegurar que la canasta era para ella el balde y ya vería como
hacía llegar el agua.
Apenas
salió la Achicay, la chica se puso a buscar a su hermanito por todos los
rincones; ya desesperada de no encontrarlo, miró al fondo de una olla grande
que estaba puesta en el fogón, y cuál no sería su asombro cuando vio el cadáver
de su amado hermano flotando en el agua hirviendo. Sin pérdida de tiempo lo
sacó como pudo, y poniéndoselo a la espalda, echó a correr por los campos,
llena de terror y de angustia. Entre tanto, la bruja ya había vuelto a la
choza. Echó de menos a la muchacha y a su presa y al notar que habían
desaparecido, salió corriendo, botando chispas por los ojos, en seguimiento de
la fugitiva.
La
débil criatura con su amada carga en la espalda, no sabía a donde correr ni a
donde refugiarse. Y la vieja, furiosa, yendo a grandes zancadas, muy pronto
estuvo a punto de cogerla con sus ásperas manos que parecían garras. Felizmente
vio la chica allí muy cerca a un viejo zorro de cara bonachona, ocupado en la
labranza, con su yunta y su arado.
-
Tiyu
Atog, tzapecallame…Tío zorro, escóndeme, gritó la chica con toda sus fuerzas.
Entonces
el buen zorro, le cubrió con unos terrones de la tierra recién roturada. Casi
inmediatamente se presentó la Achicay y preguntó al zorro, en forma insolente:
-
Oye
viejo zorro, ladrón de borregos ¿Has visto a una muchacha pasar por aquí?.
-
No he
visto a nadie – contestó el zorro, con aire de desprecio.
Cuando
pasó la bruja, reinició la chica su desesperada fuga, tomando otro camino, pero
la Achicay que tenía un gran sentido de orientación, pronto también estuvo
cerca de ella. Esta vez le ayudaba la buena suerte a la chica, vio al puma cultivando
sus papas.
-
Tiyu
Puma, tzapecallame...
Entonces
el puma la cubrió con los tallos y hojas de la papa, cuando se presentó la
Achicay le preguntó:
-
Oye
puma carcamal, ladrón de cerdos ¿Has visto pasar a una muchacha?
-
No,
vieja bruja…contestó el puma.
Siguió
corriendo la chica y otra vez la Achicay estuvo a tiro de cogerla, felizmente vio
un cóndor soñoliento encima de una peña.
-
Tiyu
cóndor, tzapecallame…
Tan
pronto se presentó la bruja, le gritó al rey de las alturas:
-
Oye,
viejo cóndor, cabeza pelada, ladrón de becerros ¿Has visto pasar una chica?
-
No he
visto a nadie, vieja lechuza…contestó el cóndor.
La
pobre fugitiva seguía corriendo desesperadamente, casi sin aliento, sin poder
ya a quien pedir socorro, viendo que su endemoniada perseguidora se le acercaba
con furia, divisó una cruz grande que se levantaba en medio de una extensa
pampa. No hizo más que arrodillarse ante ella e implorar con todo el fervor de
su almita, al padre San Pedro que le suelte una cadena para subir al cielo y
salvarse de la persecución de la Achicay. Entonces cayó una cadena de oro de la
que se prendió la chica, sosteniendo siempre el cadáver su hermanito en la
espalda. Cuando llegó la Achicay a ese
lugar, la niña ya estaba camino al cielo, muchos metros por encima de la
tierra.
La
bruja no se dio por burlada; quiso seguirla también al cielo, y llamó con su
acostumbrada insolencia:
-
Viejo
y calvo San Pedro, ¡suéltame tu cadena!
San
Pedro le soltó, en vez de una cadena, una cuerda vieja y podrida, con un
ratoncito para que la royera. La Achicay se agarró de la cuerda, rebosante de
triunfo, cuando estuvo a gran altura, sintió que el ratón comenzaba a roer
rup…rup…rup…
-
Oye,
pericote asqueroso ¿Estas royendo mi cadena? . le dijo
-
Yo no
corto tu cadena, estoy mascando el pan duro que me regaló mi mamá-contestó el
ratón.
Al
poco rato cuando estuvo ya más alto, oyó que el ratón proseguía su obra
rap…rap…rap…
-
Oye,
ratonzuelo de mal vivir, cuidadito, me parece que estas cortando mi cadena-le
increpó con dureza.
-
Yo
solo estoy comiendo la canchita quemada que tengo en mi bolsillo… Y,
pronto…¡Trac ¡…se cortó la cuerda. Entonces se vino abajo la Achicay, dando
vueltas en el aire, como una muñeca de trapo:
¡Pampallaman…! ¡Pampallaman…! A la pampita nomás…A la pampita nomás
Imploraba
y gemía la bruja en su vertiginosa caída, hasta que al fin cayó sentada sobre
una piedra puntiaguda y se descuartizó, quedando su cuerpo convertido en un
montón de masa sanguinolenta.
Así
terminó la vida de la maligna Achicay, que había sembrado el pánico por la
comarca, recorriendo durante las noches con su espectral figura, raptando a las
criaturas y comiéndoselas. Desde entonces las madres ya no tuvieron miedo por
sus hijitos y los niños durmieron ya tranquilos y risueños como angelitos”.
muy bueno. Aunque el "achachay" yo lo tengo resgistrado como el "HUACA". Ojala que no se pierdas estas cuentos orales.
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