LOS
CANILLITAS DE LA PLAZA DE ARMAS DE HUARAZ…
Por : José Santos
Gamarra Soto
El
presente es una experiencia propia de mi estancia en Huaraz a la edad de trece
años ocurrida en el año de 1964, porque considero que recrearse en los recuerdos
contribuye a serenar el estado de ánimo, elevar nuestra autoestima y fortalecer
nuestras relaciones interpersonales
aunque en ocasiones suframos por ello, rememorar y sentir intensa y
vívidamente esos recuerdos es una manera de mantenernos emocionalmente en forma.
Sentir nostalgia no tiene edad ni cultura, tanto los adultos como los niños lo
hacemos y probablemente con mayor frecuencia de lo que creemos, porque como
alguien diría disfrutar del pasado es vivir dos veces, los recuerdos fluyen y
las nostalgias resbalan por la piel por ello este recuerdo de los canillitas de
la plaza de armas de Huaraz.
El
relato pertenece a los meses de marzo-abril de 1964, cuando me matricularon al
primer año de media en el Colegio de la Libertad de Huaraz, viajé como último
becario de la Escuela Primaria de
Varones N° 1339 a la capital del departamento, cuando la ciudad de Huaraz antes
del terremoto de 1970 era muy bella-así me pareció-con sus calles empedradas y
angostas, las casas tenían los techos con tejas de color rojo, los balcones, los
balaustres y las ventanas arquitectónicas de la época virreinal, las fachadas
con una blancura total solaqueada con yeso, los portones y zaguanes, de la
época colonial, las vivanderas en las calles, el mercado central que estaba
ubicado muy cerca de la pensión donde vivía, con sus “cuchicancas”-llamàbase
así al asado de chancho al horno-jamones y tocinos ahumados, comparables solo
con los jamones ahumados o cecinados que son importados desde España u otros
países de Europa.
Todo
esto le daba una característica muy especial a Huaraz, donde no se veía el caos
y la aglomeración de hoy, sino mucho respeto y consideración entre los
vendedores y el público que caminaba por dichas arterias, era, pasearse un
domingo, para tomar un caldo de gallina o caldo de cabeza de carnero con su
respectivo seso, que mamá Ellpicha me hacía comer, mi mamá me decía que sería
más inteligente si comía los sesos del carnero, que la vivandera nos ofrecía en
plato aparte, gustándome sobremanera una vez probado dicho plato. En las tardes
del domingo salía de paseo con mi madre, visitábamos la iglesia del Señor de la
Soledad de estilo barroco y renacentista, la iglesia Belén de estilo barroco
era una de las mejores iglesias de Huaraz, muy bonita, Huarupampa con su
estadio rosas pampa, al costado del estadio quedaba la cárcel departamental de
Ancash; el barrio Centenario donde quedaba mi colegio y San Francisco otra
iglesia de estilo barroco que también era muy bello, eran los cinco barrios que
poseía Huaraz por esos tiempos, los barrios de Belén, la Soledad, San
Francisco, Huarupampa y el barrio Centenario, las iglesias de esa época tenían
un aspecto colonial, los cuales habían sido construidos desde el siglo XV hasta
el siglo XVIII, la iglesia matriz quedaba en la plaza de armas, donde había
grandes palmeras, con una pileta al centro, vendedores de raspadillas con hielo
traído del nevado del huascaràn, desde la cordillera blanca. Pero lo que más me
llamaba la atención eran unos pequeños niños más o menos de mi edad y estatura,
en la plaza de armas, a éstos los llamaban “canillitas” que gritaban ofreciendo
periódicos:
¡¡ Expresooooooooo!!
¡¡Extraaaaaaaaa!!,
¡¡La
Prensaaaa!!
Otros
periódicos a la venta era la Crónica, Última Hora, y algunos otros que los
canillitas ofrecían gritando a viva voz por toda la plaza de armas, dándole un
aspecto todavía muy pueblerino a pesar de que Huaraz era la capital nada menos
que del departamento de Ancash. Yo, por la edad que tenía, reparaba más que mi
madre en la presencia de los canillitas, éstos eran más o menos de mi estatura,
eran niños pregoneros que ya trabajaban a pesar de su prohibición.
Luego
del oncenio de Leguía muchas familias tuvieron que sortear muchas viscitudes y
penurias por el alto índice de desempleo a inicios de los años 30 por lo que
los niños tenían que salir de sus casas a trabajar como canillitas y ayudar en
el sostenimiento del hogar de cada familia, esos rezagos fueron a parar a las
provincias de lo que Huaraz no fue la excepción. Allí nace el vals de Felipe
Pinglo Alva “El Canillita” en el año de 1965 donde se describe el trabajo de
los niños vendedores de periódicos conocidos como “canillitas” según la
historia Felipe Pinglo se inspiró al regresar una mañana a los Barrios Altos
después de una noche de bohemia, al pasar en la madrugada por “El Comercio” se
impresionó al ver a un chiquillo sin zapatos que tiritaba con los diarios bajo
el brazo, después de ello compuso el vals “El Canillita”.
En
la plaza de armas de Huaraz estos canillitas gritaban ofreciendo los periódicos y me
recordaba mi estancia en cochacar, cuando era pajarero en los maizales y
trigales como “Machicoc Wambra” y gritaba:
¡¡chihuuueeeeeeeee!!
¡¡chihueeeeeeee!!
¡¡chihueeee!!
Espantando
a los chivillos y loros que no se coman los choclos, por ello miraba a los
canillitas con mucha atención y agudeza con alguna mezcla de regocijo y nostalgia,
pensando que tal vez yo lo haría mejor que el canillita y me comprarían
rápidamente los periódicos que se ofrecían.
Las
casas de la plaza de armas de Huaraz eran muy elegantes, habían grandes
vitrinas con fotografías con el nevado del Huascaràn, Alpamayo, Huallhuash y el
Huandoy, también estaban las lagunas de LLanganuco, la laguna de Parón, por
esos tiempos Pastoruri no era sitio turístico, aún no había sido descubierto,
pero si podía verse el Dios Guari de Chavín a lo que comúnmente lo llaman el
lanzón de chavín y el sitio arqueológico de la ciudadela de Chavín de Huantar,
fotografías de los sitios y pueblos del callejón de Huaylas, era común ver en
postales a Recuay “Ladronera”, Huaraz “Presunción”, Carhuaz ”Borrachera”,
Yungay ”Hermosura” y Caraz ”Dulzura” con sus bellos paisajes, había que caminar
a una de las esquinas de la plaza de armas y entrar al centro fotográfico
“Minaya”, “Estremadoyro” o “Sal y Rosas”
y tomarse las seis fotografías en blanco y negro tamaño carnet que el colegio
exigía, y para tomarse las fotos de rigor con la familia con el Huascaràn, Huandoy
ó el Alpamayo al fondo, que hermosura.
Convento
era el lugar de entrada a la ciudad de Huaraz donde existía un gran convento de
padres dominicos se llamaba El Convento de San Antonio, quedaba en la Av.
Tarapacá, muy cerca de la casa donde yo vivía, a tres cuadras, los domingos,
mamá Ellpicha, me levantaba de la cama a las cinco de la mañana y me llevaba a
misa de seis, a la que acompañaba con no mucho agrado, en plena misa salía
fuera del templo apresuradamente, porque me daba mareos y vómitos; mi madre me
decía que me daba esos estragos porque
era un niño pecador, y que recién me estaba cristianizando, íbamos a misa todos
los domingos, lo que era un martirio para mí. Recién cuando mi madre se fue a
Marca en el mes de Mayo de ese año, pude dejar de ir a misa los domingos, -al
fin me he liberado de un martirio- me decía.
En
los paseos que hacía con mi madre por las tardes del domingo caminábamos por quichki
calle, desde la plaza de armas hasta el
barrio de la soledad, estando muy cerca a la iglesia nos deteníamos para comer
los ricos “cuchicanca” que una yungaina ofrecía, con chicha de jora huaracina. Muy
cerca al barrio de la soledad en una loma llamado cerro de pumacayàn, por
aquellos años le sirvió al “Gorrión Andino”-cantante vernacular- para
inspirarse en una chuscada llamada “Cerro de Pumacayán testigo de mis
amores……”, desde ése lugar se veía toda la ciudad, subíamos mi madre y yo a
dicho cerro, para ver embelesados la hermosura de toda la ciudad de Huaraz,
esos paseos y cariños de mamá que recibí a mis trece años, serían los últimos de
mi madre, porque al año siguiente moriría en Marca, quedando huérfano de madre
a esa edad.
Fuente:
Historia de Ivo, autor: José Santos Gamarra Soto
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