miércoles, 5 de mayo de 2021

 

EL TUCU

*****HISTORIAS Y TRADICIONES DE MI TIERRA*****

 

Escribe: José Santos Gamarra Soto

Hasta mis doce años de edad que terminé becado la primaria, me convertí en el mejor pajarero de la zona de Marca, especialmente en la campiña de Cochacar, era “Machicoc Wambra”, que es como se le conoce al “Pajareador”, porque tenía mejor voz en la zona, mi voz se escuchaba en chacras vecinas, por el frente hasta Cuyhuán y Huancahuasi, tenía una voz vibrante y muy fuerte, chicote en mano, hecho a base de cabuya, extraídos de las pencas del maguey, hacía sonar y resonar para espantar a los loros y chivillos, que en bandadas llegaban a los maizales a comer los choclos. Me encargaba de espantarlos haciendo sonar mi chicote subido a una inmensa piedra que había al centro del maizal, y exclamaba:

¡Chihuee!

¡Chihueeeeeee!

 ¡Chihueeeeeeeeeeeeeeeeeee!

Todo el día pajareaba las chacras de maíz, que ya estaban en mazorcas de choclo, apetitosos para los loros y chivillos, hacía esto además, para darme coraje, porque me quedaba solo en Cochacar; mi mamá radicaba en Marca por enfermedad de mi hermano menor Teodosio y el cuidado de mi abuelita Tomasa que ya tenía una  avanzada edad, mi papá trabajando en las chacras que teníamos en Hueylla, Cuchimaché y Chaupismarca; mi hermano mayor Ciro por Churap donde poseíamos algunas sementeras y animales principalmente vacas, aprovechando los pastos naturales de la época de lluvia. Particularmente, me gustaba ser pajarero, pastar los chanchos, las vacas o los burros que poseían mis padres; no me gustaba cuidar a los becerros en su corral antes de ser ordeñados, los “Wishis” querían ganarnos y tomar la leche de la vaca antes que mi mamá las ordeñara, como tampoco me gustaba caminar por el corral meado y excrementado por las vacas, toros y becerros.

El problema para mí era la caída de la sombra en las tardes; al anochecer, esperaba a mi padre en el campo, quien después de trabajar en las otras chacras que poseía la familia llegaba primero a Marca después pasaba a Cochacar, y cuando se encontraba con sus amigos en la ciudad después de las cinco de la tarde se entretenía con sus amigos para tomar su “Huashcu” a veces hasta el oscurecer. En Cochacar, la noche llega muy temprano y para disimular mis temores avistaba Cuyhuán, Arriero Jamanan y Chihuís por donde se perdía el sol en su ocaso, y cuando el sol estaba en la punta de los cerros, la cosa era aún más alarmante para mí, tenía temor a la oscuridad de la noche dada mi edad, contaría con 7 u 8 años. A las seis de la tarde los animales nocturnos, aquellos que salen solo en las noches, se desperezaban de sus sueños después de haber dormido durante el día. Hay que precisar que existen muchos animales salvajes que solamente salen en las noches, duermen y paran siempre escondidos en el día como el Puma, el Atog, el Añas, el Wuecuchu, la Lechuza, las Huayanitas, el Tucu o Búho, la Paca Paca y algunos otros animales más que en la oscuridad infunden temor, ya sea por lo solitario de la zona, así como por la quietud de la noche.

Se dice que el Tucu infunde tristeza, no sólo su canto, sino su vista y su vuelo, pero que tiene un corazón valiente y animoso porque suele acometer a los perros, a los zorros y a las liebres. Ve en lo más obscuro y tenebroso de la noche y vuela con ligero y presto vuelo, y de día no ve porque es muy sutil y delgado el humor que favorece y da fuerzas a su vista. También se dice que es un ave de mal agüero y por eso las gentes supersticiosas por el demonio podían tenerle por agüero infausto. Después de formularse varias preguntas respecto a algunas supersticiones, se concluye que es materia de gravísimo escrúpulo que entre los católicos se admitan, reparen y crean estas necias supersticiones, porque no sólo las creen sino que las autorizan. Se dice también que algunos escritores le siguen de día por la hermosura de sus ojos, que viven enamorados de éstos pajarillos, porque como los tiene tan cristalinos y claros se ven en ellos como en un espejo y por eso se le acercan tanto.

Siete de la noche, todo estaba oscuro, mi papá aún no llegaba, seguro se encontraba en alguna taberna de la ciudad tomando su huashcu con otros agricultores, es posible que no ha calculado la hora por eso demora, pensaba. Lo esperaba todos los días porque dormíamos en la choza que había en medio del maizal, al costado de una piedra plana muy grande. Yo miraba desde aquella piedra grande a Rosas Pampa por donde tenía que aparecer la figura de mi padre. La campiña de Cochacar se encuentra al pie de Rosas pampa, por donde pasa la carretera, la oscuridad acortó la distancia y todo se fue nublando, al mismo tiempo se me iba llenando de lágrimas mis ojos, a las siete y media de la noche ya estaba totalmente oscuro, en el río que queda muy cerca a la casa existía un eucalipto muy alto y antiguo, propiedad de don Antonio Espinoza, quien manifestaba que dicho eucalipto tendría más de cien años, era a su vez el más alto de todos, en la copa de aquel árbol se escucha:

¡Tucuuuuu!

¡Tucuuuuuuu!

Era el Búho que infundía mucho temor llamados Tucus en la zona, se desperezaban de su letargo sueño del día y comenzaban a hacer notar su presencia, estos animales, en el día duermen y en varias oportunidades los había visto, dormían con los ojos abiertos en la rama de algún árbol.

Cansado de esperar a mi padre me acosté pero dormía con los ojos abiertos, por temor a estos animales de aspecto fantasmal; mis padres constantemente me repetían, que si no hacía bien los mandados en la chacra, me llevarían en las noches ante los Tucus que abundaban en los árboles del río; por temor a estos animales, de aspecto repugnante, muy huraños ante la sociedad tenía que ser muy obediente en los mandados. Los Tucus, salían solamente en las noches, volaban en la oscuridad causando miedo a los pobladores de la zona. Completamente aterrado miraba la carretera, que ya no se veía a esas horas de la noche y finalmente llegaba mi padre para felicidad mía y dormir placenteramente junto a él.

Fuente: “Historia de Ivo”, Autor: José Santos Gamarra Soto



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