DON
MAMERTO “EL SACAMANTECAS”
Los ”Pishtacos”
de Marca
José Santos Gamarra Soto
Finalizada
la segunda guerra mundial y a partir de los años 50’ del siglo pasado en
nuestro país comenzaron a aparecer la leyenda andina de los Pishtacos según la cual hombres blancos asesinaban
indígenas para usar su grasa con fines ritualísticos, comerciales y hasta
cosméticos. Verdad o falso el tema es que en versiones orales era muy común
escuchar leyendas y cuentos como el de los Pishtacos;
en definición diremos que las Ciencias Sociales son las ramas de la ciencia
relacionadas con la sociedad y el comportamiento humano; la población de aquel
entonces estaba convencida de que los Pishtacos eran agentes del gobierno o podría haber
sido enviado de un país extranjero al contar con respaldo de los poderes
locales haciendo que gocen de total impunidad, por ello casi nunca eran denunciados,
pues había el temor que al hacerlo serían castigados o desaparecidos por
atentar contra los intereses económicos del estado, eso se decía.
En
los pueblos del interior de los departamentos de la Libertad, Huánuco, Pasco,
Ayacucho, Huancavelica y Ancash existía la creencia que el Pishtaco atacaba a sus pobladores y a personas de bajos recursos, al ser
enviado por alguien poderoso, probablemente un extranjero con un fin específico.
Los cadáveres de las víctimas-se decía-eran utilizados para extraerles la grasa
y utilizarla en diversas actividades como la preparación de jabones finos,
lubricante para maquinaria de alta tecnología, ungüentos curativos, cremas de
belleza, incluso en cohetes espaciales, se decía que bastaba una sola gota de
grasa humana para encender el motor más sofisticado de los aviones a chorro,
todas estas versiones confluían o acaso justificaban en la extracción de la
grasa del cuerpo para comercializar con ella. Por ello en nuestra niñez,
existía mucho miedo cuando hablar de Pishtacos
se trataba, bastaba que
nuestros padres nos nombren a dichos personajes para que nuestro comportamiento
sea de lo más adecuado dentro de la unidad familiar, bien sea en la ciudad como
en el campo, además se entraba a una cuarentena obligada desde las 6 de la
tarde porque los Pishtacos salían de sus guaridas apenas se ocultaba
el sol, entonces no se vería ningún niño en la calle de lo contrario eran
degollados por el Pishtaco.
Por
aquellos años en el barrio de Pircay, hacia el norte y parte alta de la ciudad,
vivía un hombre llamado Mamerto de estatura no muy alta que apenas sobrepasaba
el metro y medio de estatura pero era robusto y de fuerte carácter, esposo de
doña “Ara Ishti”, única comadrona del pueblo, quien casi le doblaba en tamaño a
dicho personaje. Mamerto, usaba un poncho pequeño como de un niño, andaba a
caballo por caminos y chacras y tenía un sombrero enorme de paja que le daba un
aspecto tenebroso, más aún si te encontrabas por el camino que a menudo iba
hacia el sur de la ciudad por tener sus pertenencias por ese sector siempre
pasaba por la carretera a la altura de Cochacar donde yo vivía con mis padres.
En el pueblo comentaban desde hace algunos años atrás que poseía alrededor de
la cintura un cable eléctrico, era una especie de wincha que al soltar
cercenaba del cuello a las personas y los mataba al instante, volándoles la
cabeza.
A
don Mamerto, siempre lo visitaba en “Kayamanak” un personaje desconocido que siempre andaba
a caballo, era un hombre blanco, de ojos azules y cabellos dorados como el sol,
éste subía desde “Ulluntu” donde tenía otro colaborador que era
natural de Huayllapampa llamado Breas, llevaba consigo en su caballo dos grandes
maletas de cuero. Esto se sabía porque un poblador que era su ayudante se
jactaba de trabajar con él y se creía muy importante e intocable en el pueblo. Un
día mientras bebía, de borracho contó en la ciudad las cosas que hacía con su
patrón-decía-que iban a lugares silenciosos e inhóspitos y como sus caballos
estaban amaestrados no tenían problemas de traslados, por el este, iban hasta Cajacay, Colca y Raquia mientras que
por el sur iban a caballo hasta Mogote,
Chucchu y el Puente Huertas, en
estos lugares se escondían y esperaban a su víctima, cuando éste aparecía le
cortaban el cuello, llevaban los cuerpos a una cueva, le quitaban la cabeza con
unos ganchos de metal colgaban los cuerpos en unos trípodes de madera y con
llamas de velas encendidas los calentaban para provocar que la grasa chorree en
gotas hacia un recipiente. Cuando se tenía gran cantidad de aceite, el gringo
lo comercializaba según la ocasión; algunas veces a las empresas mineras que
pagaban bastante bien por el aceite humano, en otras ocasiones a los brujos
para hacer hechizos o magia negra, a los frailes que elaboraban los ungüentos
con que curaban en los hospitales y al ejército para lubricar máquinas
sofisticadas así como sus aviones a chorro. Desde Ulluntu,
el gringo subía hasta Ninahuás pasando por Pakar luego por Jancush
llegaba hasta Kayamanak donde se encontraba con su colaborador de
Marca, don Mamerto el Sacamantecas.
Como
se ha dicho, don Mamerto, era un personaje que tenía un aspecto tenebroso tanto
en la ciudad como en el campo, no conversaba con nadie, era temido por los niños
de mi generación, ya me habían contado que era Pishtaco,
por ello su renuencia a los saludos y conversaciones teniendo en cuenta la
soledad de los caminos y chacras era muy peligroso encontrarse a solas con él.
Como hemos dicho en anteriores notas, en mi niñez me gustaba pastar mis
chanchos en la zanja de Pati, que los llevaba desde Cochacar,
donde abundaban los pastos naturales, más aún en temporadas de invierno con
neblina y lluvia incluida, me sentía muy a gusto por esos parajes; una tarde
por cosas del destino me encuentro en dicha zanja con don Mamerto, iba hacia el
sur a caballo y se detuvo, me quedé sin habla, se me erizaron los pelos, no
sabía si correr o que me trague la tierra porque consideraba que era el fin de
mis días…