viernes, 17 de abril de 2020





              DON MAMERTO “EL SACAMANTECAS”
               Los ”Pishtacos” de Marca
     
               José Santos Gamarra Soto

            
Finalizada la segunda guerra mundial y a partir de los años 50’ del siglo pasado en nuestro país comenzaron a aparecer la leyenda andina de los Pishtacos según la cual hombres blancos asesinaban indígenas para usar su grasa con fines ritualísticos, comerciales y hasta cosméticos. Verdad o falso el tema es que en versiones orales era muy común escuchar leyendas y cuentos como el de los Pishtacos; en definición diremos que las Ciencias Sociales son las ramas de la ciencia relacionadas con la sociedad y el comportamiento humano; la población de aquel entonces estaba convencida de que los Pishtacos eran agentes del gobierno o podría haber sido enviado de un país extranjero al contar con respaldo de los poderes locales haciendo que gocen de total impunidad, por ello casi nunca eran denunciados, pues había el temor que al hacerlo serían castigados o desaparecidos por atentar contra los intereses económicos del estado, eso se decía. 

En los pueblos del interior de los departamentos de la Libertad, Huánuco, Pasco, Ayacucho, Huancavelica y Ancash existía la creencia que el Pishtaco atacaba a sus pobladores y a personas de bajos recursos, al ser enviado por alguien poderoso, probablemente un extranjero con un fin específico. Los cadáveres de las víctimas-se decía-eran utilizados para extraerles la grasa y utilizarla en diversas actividades como la preparación de jabones finos, lubricante para maquinaria de alta tecnología, ungüentos curativos, cremas de belleza, incluso en cohetes espaciales, se decía que bastaba una sola gota de grasa humana para encender el motor más sofisticado de los aviones a chorro, todas estas versiones confluían o acaso justificaban en la extracción de la grasa del cuerpo para comercializar con ella. Por ello en nuestra niñez, existía mucho miedo cuando hablar de Pishtacos se trataba, bastaba que nuestros padres nos nombren a dichos personajes para que nuestro comportamiento sea de lo más adecuado dentro de la unidad familiar, bien sea en la ciudad como en el campo, además se entraba a una cuarentena obligada desde las 6 de la tarde porque los Pishtacos salían de sus guaridas apenas se ocultaba el sol, entonces no se vería ningún niño en la calle de lo contrario eran degollados por el Pishtaco.   

Por aquellos años en el barrio de Pircay, hacia el norte y parte alta de la ciudad, vivía un hombre llamado Mamerto de estatura no muy alta que apenas sobrepasaba el metro y medio de estatura pero era robusto y de fuerte carácter, esposo de doña “Ara Ishti”, única comadrona del pueblo, quien casi le doblaba en tamaño a dicho personaje. Mamerto, usaba un poncho pequeño como de un niño, andaba a caballo por caminos y chacras y tenía un sombrero enorme de paja que le daba un aspecto tenebroso, más aún si te encontrabas por el camino que a menudo iba hacia el sur de la ciudad por tener sus pertenencias por ese sector siempre pasaba por la carretera a la altura de Cochacar donde yo vivía con mis padres. En el pueblo comentaban desde hace algunos años atrás que poseía alrededor de la cintura un cable eléctrico, era una especie de wincha que al soltar cercenaba del cuello a las personas y los mataba al instante, volándoles la cabeza.
A don Mamerto, siempre lo visitaba en Kayamanak un personaje desconocido que siempre andaba a caballo, era un hombre blanco, de ojos azules y cabellos dorados como el sol, éste subía desde “Ulluntu donde tenía otro colaborador que era natural de Huayllapampa llamado Breas, llevaba consigo en su caballo dos grandes maletas de cuero. Esto se sabía porque un poblador que era su ayudante se jactaba de trabajar con él y se creía muy importante e intocable en el pueblo. Un día mientras bebía, de borracho contó en la ciudad las cosas que hacía con su patrón-decía-que iban a lugares silenciosos e inhóspitos y como sus caballos estaban amaestrados no tenían problemas de traslados, por el este, iban hasta Cajacay, Colca y Raquia mientras que por el sur iban a caballo hasta Mogote, Chucchu y el Puente Huertas, en estos lugares se escondían y esperaban a su víctima, cuando éste aparecía le cortaban el cuello, llevaban los cuerpos a una cueva, le quitaban la cabeza con unos ganchos de metal colgaban los cuerpos en unos trípodes de madera y con llamas de velas encendidas los calentaban para provocar que la grasa chorree en gotas hacia un recipiente. Cuando se tenía gran cantidad de aceite, el gringo lo comercializaba según la ocasión; algunas veces a las empresas mineras que pagaban bastante bien por el aceite humano, en otras ocasiones a los brujos para hacer hechizos o magia negra, a los frailes que elaboraban los ungüentos con que curaban en los hospitales y al ejército para lubricar máquinas sofisticadas así como sus aviones a chorro. Desde Ulluntu, el gringo subía hasta Ninahuás pasando por Pakar luego por Jancush llegaba hasta Kayamanak donde se encontraba con su colaborador de Marca, don Mamerto el Sacamantecas.

Como se ha dicho, don Mamerto, era un personaje que tenía un aspecto tenebroso tanto en la ciudad como en el campo, no conversaba con nadie, era temido por los niños de mi generación, ya me habían contado que era Pishtaco, por ello su renuencia a los saludos y conversaciones teniendo en cuenta la soledad de los caminos y chacras era muy peligroso encontrarse a solas con él. Como hemos dicho en anteriores notas, en mi niñez me gustaba pastar mis chanchos en la zanja de Pati, que los llevaba desde Cochacar, donde abundaban los pastos naturales, más aún en temporadas de invierno con neblina y lluvia incluida, me sentía muy a gusto por esos parajes; una tarde por cosas del destino me encuentro en dicha zanja con don Mamerto, iba hacia el sur a caballo y se detuvo, me quedé sin habla, se me erizaron los pelos, no sabía si correr o que me trague la tierra porque consideraba que era el fin de mis días…