martes, 21 de febrero de 2017

     PAMPALLAMAN…  PAMPALLAMAN…
      (La Historia de Chakwas Achicay o Achachay)

              José Santos Gamarra Soto



Hace muchos años en la comunidad andina y quechuahablante de Marca(Ancash-Perú) escuché un cuento que me impactó profundamente por su personaje y su trágico fin; éste relato es la reconstrucción basada en las tantas versiones que oí de boca de mis padres y abuelos en su lengua nativa, como una narración andina. Se trata de la Chakwas Achicay(En Marca: Achachay o Achachíí). La historia y la cultura peruanas, innegablemente, se remontan a tiempos precristianos. Solamente nos falta superar las nieblas de prejuicios e ignorancias que nublan nuestros ojos. Necesitamos limpiarnos de las nieblas para tener una clara visión de nuestra vida, de nuestra historia y de nuestro futuro para comprender y entender nuestras raíces.

“En tiempos muy remotos habían dos niños, huérfanos de padre y madre, que vivían junto a una tía mala y perversa. Ella con diez y Él, como de  cuatro años. La tía, que como se ha dicho, era una mujer sin entrañas, los trataba muy mal; los tenía solo cubierto de harapos, muy mal alimentados; obligando a la niñita a realizar trabajos superiores a sus fuerzas, y si no podía, la castigaba cruelmente. Una tarde la mandó a traer agua de un puquio cercano con un cántaro de barro, la pobrecita que apenas podía levantar ese tremendo cántaro lleno de agua, lo soltó en medio camino, rompiéndose la vasija en pedazos. Ante esto, la tía encolerizada maltrató horriblemente a la pobre chica y la dejó sin comer juntamente a su hermanito.

Frente a estos tratos inhumanos. La niña pensó escaparse de esa casa; como lo hizo en efecto, apenas entró la noche llevándose cargado a su hermano. Como que era pequeña y no sabía a donde dirigirse anduvo incierta, en medio de una noche fría y oscura por los campos desolados. Las piernecitas le flaquearon tanto por el peso que llevaba cuanto por el hambre y la debilidad, que hacían languidecer su organismo. Su almita horrorizada y su asustadiza imaginación poblaron la noche sombría de cucos y de fantasmas. Pero con gran alegría, distinguió a lo lejos una luz, que era seguramente un fogón que ardía en una choza. Allí se dirigió y al cabo de un buen rato de caminar, con el hermanito en la espalda que se había quedado dormido, tras penosas caídas y levantadas, llegó a la choza. Salió a recibirle una vieja, horriblemente fea, tenía los ojos redondos como la lechuza; la boca hundida y desmolada y la nariz ganchuda como pico de búho, tenía unas expresiones y maneras muy toscas y repelentes. La vieja produjo en la niña una profunda impresión de miedo; pero no tuvo más remedio que asilarse allí. Era la bruja de la comarca, La Chakwas  Achicay ó Achachay.

La hizo pasar y la invitó a sentarse junto al fogón. Los ojos de la niña se iban a la olla que estaba hirviendo; el niño se había despertado, se puso a llorar. La bruja comprendió que los chicos tenían hambre, sacó la olla que estaba hirviendo, vació a un mate un poco de su contenido y les tendió diciéndoles:
-          Esto nomás estaba preparando para comer… ¡Sírvanse!

Los chicos tomaron con avidez esos trozos creyendo que fueran papas sancochadas, pero se encontraron con collotas (Cantos rodados), se miraron entristecidos y dejaron en su sitio esa comida de los demonios.
-          ¿Por qué no comen? -decía la bruja.
-          Estas son papas y si no quieren comerlas se quedarán de hambre.

Y queriendo dar el ejemplo, agarraba las piedras del plato de los chicos, las partía como si realmente fueran papas y las engullía una tras otra. El cansancio y el sueño rindieron a los chicos. La Chakwas Achicay  le dio a la chica un pellejo y unas mantas viejas para que haga su cama en un rincón de la choza, y se ofreció derrochando zalamerías y fingiendo maternal solicitud, hacer dormir al chico en su seno, para abrigarlo y cuidarlo mejor. No le gustó esta proposición a la niña pero por más que quisiera, no estaba en condiciones de oponerse a los deseos de la bruja.

En efecto la Chakwas Achicay se acostó con el niño, quien aterrado por la figura espectral de la vieja, no pudo ni resistirse, ni llorar. La chica recelosa de la suerte de su hermano, porque su corazoncito le decía que las intenciones de la bruja al llevar a su seno a la criatura no eran nada buenas, no podía conciliar el sueño; estaba despierta, con los oídos bien atentos,  aunque guardando todo el silencio posible.

Más o menos a la media noche escuchó un quejido salido de los labios de su hermanito, la chica se sobresaltó.
-          Tiya; ¿Qué le pasa a mi hermanito? –preguntó con un tono de ruego.
(Tía, en la cultura andina, es el trato que dan los muchachos a las personas mayores aunque no les ligue ningún parentesco)..
-          Nada, le picarán las pulgas-le contestó la bruja secamente.
Al cabo de un rato volvió a escuchar un quejido igual.
-          Tía, ¿Qué le haces a mi pequeño? -volvió a suplicar la chica, temblando de pies a cabeza.
-          Le hincarán mis cabellos, ¿Qué te preocupas tanto?- Duérmete tonta, le increpó la vieja, dando muestras de cólera.

Entonces la niña ya no abrió más la boca, aunque a intervalos escuchó los mismos quejidos, cada vez más débiles de su hermanito. Acurrucadita en sus sucias y retaceadas mantas se durmió, imaginándose mil cosas horrorosas, pensando que su hermanito querido y en el infortunio que los perseguía; amaneció sin pegar como se dice una pestañada.

La pobre niña no podía equivocarse sobre la suerte cruel que había ocurrido a su hermano. La Achicay, la horrible hija del infierno, había ahogado a la criatura durante la noche, introduciendo poco a poco sus uñas de ave rapiña, en su cuello y chupando su sangre como un voraz murciélago; y, para que ella no se diera cuenta, la mandó muy temprano a traer agua al puquio con una canasta. Esta era una treta de la bruja para que la chica demorara todo el tiempo posible, hasta que diera fin al cuerpo de su víctima, pues era más que imposible traer agua con ese trasto.

La niña fue solo por obedecerla, intento llenar de agua la canasta en el puquio, pero si bien por la abundancia del agua parecía llenarse la canasta, apenas la retiraba, se vaciaba. Pasado mucho rato, se atrevió a regresar a la choza a decirle que le era difícil cumplir con su orden. Entonces la vieja, rabiosa, agarró la canasta y fue al puquio, no sin antes de gruñirle a la niña por su inutilidad y de asegurar que la canasta era para ella el balde y ya vería como hacía llegar el agua.

Apenas salió la Achicay, la chica se puso a buscar a su hermanito por todos los rincones; ya desesperada de no encontrarlo, miró al fondo de una olla grande que estaba puesta en el fogón, y cuál no sería su asombro cuando vio el cadáver de su amado hermano flotando en el agua hirviendo. Sin pérdida de tiempo lo sacó como pudo, y poniéndoselo a la espalda, echó a correr por los campos, llena de terror y de angustia. Entre tanto, la bruja ya había vuelto a la choza. Echó de menos a la muchacha y a su presa y al notar que habían desaparecido, salió corriendo, botando chispas por los ojos, en seguimiento de la fugitiva.

La débil criatura con su amada carga en la espalda, no sabía a donde correr ni a donde refugiarse. Y la vieja, furiosa, yendo a grandes zancadas, muy pronto estuvo a punto de cogerla con sus ásperas manos que parecían garras. Felizmente vio la chica allí muy cerca a un viejo zorro de cara bonachona, ocupado en la labranza, con su yunta y su arado.
-          Tiyu Atog, tzapecallame…Tío zorro, escóndeme,  gritó la chica con toda sus fuerzas.
Entonces el buen zorro, le cubrió con unos terrones de la tierra recién roturada. Casi inmediatamente se presentó la Achicay y preguntó al zorro, en forma insolente:
-          Oye viejo zorro, ladrón de borregos ¿Has visto a una muchacha pasar por aquí?.
-          No he visto a nadie – contestó el zorro, con aire de desprecio.

Cuando pasó la bruja, reinició la chica su desesperada fuga, tomando otro camino, pero la Achicay que tenía un gran sentido de orientación, pronto también estuvo cerca de ella. Esta vez le ayudaba la buena suerte a la chica, vio al puma cultivando sus papas.
-          Tiyu Puma, tzapecallame...
Entonces el puma la cubrió con los tallos y hojas de la papa, cuando se presentó la Achicay le preguntó:
-          Oye puma carcamal, ladrón de cerdos ¿Has visto pasar a una muchacha?
-          No, vieja bruja…contestó el puma.
Siguió corriendo la chica y otra vez la Achicay estuvo a tiro de cogerla, felizmente vio un cóndor soñoliento encima de una peña.
-          Tiyu cóndor, tzapecallame…
Tan pronto se presentó la bruja, le gritó al rey de las alturas:
-          Oye, viejo cóndor, cabeza pelada, ladrón de becerros ¿Has visto pasar una chica?
-          No he visto a nadie, vieja lechuza…contestó el cóndor.

La pobre fugitiva seguía corriendo desesperadamente, casi sin aliento, sin poder ya a quien pedir socorro, viendo que su endemoniada perseguidora se le acercaba con furia, divisó una cruz grande que se levantaba en medio de una extensa pampa. No hizo más que arrodillarse ante ella e implorar con todo el fervor de su almita, al padre San Pedro que le suelte una cadena para subir al cielo y salvarse de la persecución de la Achicay. Entonces cayó una cadena de oro de la que se prendió la chica, sosteniendo siempre el cadáver su hermanito en la espalda. Cuando llegó la Achicay  a ese lugar, la niña ya estaba camino al cielo, muchos metros por encima de la tierra.

La bruja no se dio por burlada; quiso seguirla también al cielo, y llamó con su acostumbrada insolencia:
-          Viejo y calvo San Pedro, ¡suéltame tu cadena!
San Pedro le soltó, en vez de una cadena, una cuerda vieja y podrida, con un ratoncito para que la royera. La Achicay se agarró de la cuerda, rebosante de triunfo, cuando estuvo a gran altura, sintió que el ratón comenzaba a roer rup…rup…rup…
-          Oye, pericote asqueroso ¿Estas royendo mi cadena? . le dijo
-          Yo no corto tu cadena, estoy mascando el pan duro que me regaló mi mamá-contestó el ratón.
Al poco rato cuando estuvo ya más alto, oyó que el ratón proseguía su obra rap…rap…rap…
-          Oye, ratonzuelo de mal vivir, cuidadito, me parece que estas cortando mi cadena-le increpó con dureza.
-          Yo solo estoy comiendo la canchita quemada que tengo en mi bolsillo… Y, pronto…¡Trac ¡…se cortó la cuerda. Entonces se vino abajo la Achicay, dando vueltas en el aire, como una muñeca de trapo:

    ¡Pampallaman…! ¡Pampallaman…!   A la pampita nomás…A la pampita nomás
Imploraba y gemía la bruja en su vertiginosa caída, hasta que al fin cayó sentada sobre una piedra puntiaguda y se descuartizó, quedando su cuerpo convertido en un montón de masa sanguinolenta.

Así terminó la vida de la maligna Achicay, que había sembrado el pánico por la comarca, recorriendo durante las noches con su espectral figura, raptando a las criaturas y comiéndoselas. Desde entonces las madres ya no tuvieron miedo por sus hijitos y los niños durmieron ya tranquilos y risueños como angelitos”.


1 comentario:

  1. muy bueno. Aunque el "achachay" yo lo tengo resgistrado como el "HUACA". Ojala que no se pierdas estas cuentos orales.

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