jueves, 25 de julio de 2019


     
 LOS TRINOS REDIVIVOS DE MI INFANCIA

                             Por: Julio César Pozo Cueva



Como suenan tan dulces en mi vejez definitiva, en que a ratos me invade la soledad, los trinos de las avecillas que llenaron de encanto mi lejana infancia, allá en mi tierra nativa, en los verdes pajonales y hermosos parajes de mi Marca inolvidable. Al mismo tiempo, como me duelen los gorjeos y las melodías que entonan los pajarillos en mi jardín.



Es el gorrión que en todo momento abre su piquito y emite su cántico breve y volandero…¡PICHIU, CHIU…CHIU!...Se va y vuelve, vuelven los otros, picotean en el pastizal de mi pequeño huerto, se van volando y cantando. A veces se posan en el guayabero, cuya planta procede de Quillaricana de Marca, o en la acacia que me trajeron de Chincha, o en el ceibo que procede de Venezuela. Pero estos gorrioncitos compañeros no hacen su nido en la estrecha arboleda. Vienen, picotean y se van volando, entonando su aguda canción. Tendré que dedicarles, parodiando a un poeta argentino:
          Gorrioncito de la ciudad
       ¿Cuándo harás tu nido en mi guayabal?



Más el gorrioncito volandero me contestaría tal vez: que quieres, viejo amigo, basta que te visite, basta que te acompañe en todo momento, en tus sueños y en tus vigilias, basta que te cante, recordándote la misma canción de tu infancia, cuando mis hermanos de antaño gorjeaban en los amaneceres y en los crepúsculos, en las horas de lluvia y de sol, en los sauzales y en los alisales, o volando sobre los trigales y maizales en flor. Estas remembranzas me llevan también a los lejanos atardeceres, en que a la hora que moría el sol por la colina de Llamellín, los chanquitos volaban cantando por encima de las rubias espigas de los trigales de Uco.

Igual me recuerdan una tarde que viajando al Estado Los Andes, por las carreteras de Venezuela, vi y escuché el canto de los gorriones…pichiu…chiu…chiu…¡oh, vivencias tan dulces como desgarradores!.

Otra de las avecillas que me visita, me canta y se va, es la palomita “tsuctsunki”, que me hace recordar la quebrada templada de Marca, Rurek, Mogote, Chuccho, Huertas. Estas palomitas son más esquivas; vienen poco, se posan en los árboles o las paredes, cantan y al menor movimiento que hacemos, vuelan; pero son igualmente evocativas de mi primera juventud, de cuando yo iba a esos lugares con mis burritos en busca de frutas, de yucas y camotes. Las palomitas “tsuctsunki” abundaban, se les veía posadas en los frutales y cantaban en todo momento. Estas lindas avecitas eran temidas por agoreras, porque anunciaban el paludismo a los que recién llegaban a esos parajes. Su canto parecía decir:
                            Tsuctsunki, serrano,
                            tsuctsunki, serrano…

“Tsuctsu” en quechua equivale a temblar, convulsión, escalofrío que son los síntomas característicos del paludismo. Los sencillos habitantes de mi tierra en esos tiempos no sabían de anófeles ni del proceso de contagio, solo sabían que los que llegaban a Chuccho y comías las frutas del lugar en el mismo sitio, tenían que enfermarse de paludismo. Eso les estaba anunciando las palomitas, muy primorosa y delicadamente. El destino de las avecillas es y era cantar. Que su entonación parecía anunciar una enfermedad, ellas no lo sabían ni les importaban “Te enfermarás serrano; “Te dará el paludismo serrano”… Y siguen cantando igual, las de allá y las de acá, y así será mientras haya en la tierra esa variedad de palomitas, que tanto recuerdo me traen cuando visitan mi jardín.

Y por último, en la casa vecina, crían unos buenos amigos, dos loritos serranos, cautivos en sus jaulas o encadenados en sus estacas. Estas avecillas no están quietas nunca, tienen una garganta inacabable. No sé en qué momento se quedarán dormidas, en todo instante están canturreando, parece que conversaran interminablemente, Guerk…guerk…guerk…a ratos parecen que se molestan, pero cuando comen su choclo tienen una voz más suave, más acariciante.


En algunos momentos se escapan de su prisión. No vuelan porque tienen las alitas cortadas, caminan y aprovechando las plantas trepadoras de su jardín, se suben a mi guayabero y, canturreando sin cesar, muestran el verde purísimo de su cuerpo, el rojo vivísimo de su cabeza y su pico curvo y fuerte, con sus garras flexibles y potentes, cruzan de una rama a otra, suben y bajan, se cuelgan y se balancean, hacen fiesta.

Parece que se dan cuenta que hay un espectador en su sillón, de bata y pantuflas, les está contemplando con delectación, con emoción, con recuerdo y con profunda nostalgia, Guerk…guerk…guerk…y dos lágrimas pueden rodar por las mejillas o por los cauces recónditos del alma. Estas escenas diarias me traen a la memoria tantas otras escenas de mi infancia, de cuando con mi madrecita buena, cuidábamos nuestros sembrados en Tacar, en Quillaricana o en Anca, Los maizales estaban en plena fructificación, verdes las hojas, amarillos los penachos y las mazorcas en todas su formación. Era la época de cuidar de los voraces chihuillos y los insaciables loros. Era una batalla diaria, nosotros los muchachos con nuestras hondas y con nuestros gritos y ellos con sus vuelos precavidos y astutos. Solo los loros eran escandalosos, volaban en bandadas, con sus cánticos múltiples y sonoros, Gar…gar…gar…mi abuelita decía que los loros gritaban en su idioma así:
            Nosotros no atacamos en silencio ni a traición
            Nosotros les avisamos, los que quieran cuidar su maizal, que lo cuiden.


Pero eran éstas avecillas hermosas y atractivas, los chihuillos eran negros, retintos, de cuerpo elegante. Los loros eran verdes y rojo brillante al sol, lástima que nos disputaran nuestros choclos que eran para la humita, para la cancha, para el mote, para la chochoca y para la jora.



Así, éstas avecillas-las de acá-son las que acompañan íntimamente, con su presencia y con sus cantos, son las que llenan de recuerdo mi espíritu, estos recuerdos son de mi infancia, de mi madrecita, de los muchachos de mi tiempo y de los paisanitos y amigos que compartían conmigo el pan del alma y del cuerpo, de los sueños de la adolescencia y de los ideales apenas vislumbrados del porvenir.

Entre tanto, el gorrioncito seguirá cantando…¡Pichiu…chiu…chiu…y y se irá volando y quedarán en mis oídos los ecos mortecinos de brumosas sinfonías y de músicas de alas, como dijera el poeta.
                                     Mayo de 1981

Trabajo inédito de Don Julio César Pozo Cueva (1905-1982), hoy insertamos en las páginas del “GRUPO CULTURAL MARCA EN LAS VERTIENTES”  su composición literaria “Los Trinos Redivivos de mi Infancia “escrita en Lima en el año 1981. Esta es parte de su obra, Marca: Tierra del Recuerdo (Inédita).
José Santos Gamarra Soto


No hay comentarios:

Publicar un comentario