WARKA RUTÍ
(El
“Kitañaqui” ancestral)
++++ COSTUMBRES Y TRADICIONES DE MI TIERRA++++
José Santos
Gamarra Soto
En la ciudad de Marca por la década del 50’ del siglo
pasado había un niño de ocho a nueve años de edad llamado Elmer Trujillo Quispe, él, vivía junto
a sus padres en el barrio de Pircaymarca al que se le conocía como “Warcasho” tenía la cabellera muy
larga, tan larga que le quedaba hasta la altura de la cintura. En Marca se dice
“Warka” al cabello largo sin cortar,
éstos a su vez tienen sus “Motitas”
a todo infante la warka le va creciendo en proporción a los años de edad que
tiene, cuanto más crece el niño se hace más difícil el peinado del mismo, por
la existencia de las “motas”, el niño era hijo de don Epifanio Trujillo Lázaro
y doña Infancia Quispe Gamarra, ellos vivían en el Jr. Leoncio Prado, a la
altura de la subida donde cada año en Semana Santa los santos varones sufren
con su pesada carga para llegar hasta la esquina de la calle Amargura.
Existen tradiciones y costumbres en la
sesquicentenaria ciudad de Marca que perduran a través del tiempo hasta nuestros
días como es el caso del “Warcarutí”,
costumbre que a pesar del paso de los años y generaciones perduran como el caso
de las warkas y sus motitas; éste era el caso de “warcasho”. Algunas costumbres
no se dan a conocer por falta de información o porque los marquinos aún no
hemos investigado a través de los infolios de la historia, hechos y acontecimientos
importantes de nuestro pasado y ponerlos en valor para conocimiento de las
futuras generaciones que tienen el derecho y obligación de conocer y
cultivarlos a través del tiempo. Una de esas costumbres es el “Kitañaqui”, fiesta donde se realiza el
warka rutí que en buena cuenta significa el primer corte de pelo del niño o niña.
En lo personal-mi padre don Brindis Gamarra
Cubillas-me contó cuando vivíamos en la ciudad de Barranca a mis 16 años; me
decía que en el año de 1956 a mis cinco años se realizó mi kitañaqui en el
anexo de Churap de gran recordación para la familia. Mi padre contaba que a esa edad poseía una cabellera
larga por lo que mis padres decidieron organizar una fiesta con padrinos y
orquesta vernacular incluido. Al anexo de Churap se llega desde Marca luego de
una hora de amena caminata, lugar de mis ancestros por parte de madre por ser
descendiente de mi abuela doña Tomasa Padilla Ferrer mamá de mi adorada madre
Elpidia Soto Padilla, ambas ya fallecidas hace muchos años; mi abuela Tomasa
era hija de Carmelo Padilla, éste a su vez hijo de don Félix Padilla nacido
allá por el año de 1780, mi bisabuelo y tatarabuelo respectivamente; dejaron en
herencia a mi abuela Tomasa extensas tierras en la jurisdicción de Churap, Chinchipampa
y Cochapampa, llegando sus dominios hasta Pampán como consta en los documentos
de escritura pública.
Según consta en documentos oficiales registrados
en el archivo Regional de Ancash de Huaraz, dichos terrenos y cerros en el año
de 1918 fue otorgado como herederos a favor de los hermanos Lorenzo Padilla,
Calixto Sánchez, Carlos Borromeo Soto(en representación de su esposa doña
Tomasa Padilla) y Fendra Padilla, vecinos de la villa de Marca como
descendientes y legítimos herederos de Félix Padilla, quien a su fallecimiento
dejó cuatro hijos: Yginio Padilla padre de Lorenzo Padilla, Juana Padilla madre
de Calixto Sánchez Padilla, Carmelo Padilla padre de Tomasa Padilla y Cayetano Padilla
padre de Fendra Padilla, redactándose la minuta ante el Juez de Paz de Marca don
Miguel A. Espinoza en el año de 1913, ésta minuta fue elevada ante el Notario
Don Miguel Vega de Huaraz cuyo testimonio se otorgó con fecha 17 de mayo de
1918 quedando inscrita en los Registros Públicos de Ancash.
Años antes a don Félix Padilla le fue otorgado
dichos terrenos y cerros de Chinchipampa a su favor por don Jerónimo Capdaigua desde
el 10 de Marzo de 1832 el que se halla inserto en adjudicación que le hizo doña
Rufina Navarro y hermanos a favor del susodicho Jerónimo Capdaigua en el año de
1830, en cuyo título están demarcados los linderos y extensión que le tocó y se
le adjudicó a doña Tomasa Padilla de Soto quien era mi abuela como se ha dicho
y coherederos con la siguiente dimensión y linderos:
“El primer lote indica por el lado este denominada Yuracmaché,
Joctacocha, Cuyocrumi, siendo sus linderos ese lado con Pucacuito bajando por
el cerro de Huairaccunca a tocar a un morro llamado Chacmapunta en donde baja
por una quebrada llamada Pumahuayín hasta dar el paradín llamado Pampán. Por el
norte con el cerro Huaicraccunca a dar al primer lindero. El tercer lote llamado
Ichic Cuito se le adjudicó a doña Tomasa Padilla de Soto y compartes desde el
encuentro de la propiedad de doña Fendra Padilla hasta una quebrada llamada
Jaracoto que se dirige en línea recta al punto de Hueiraccunca y por el pie con
los terrenos de Jaracoto y cerco de piedras. El terreno denominado Chacracuta
que son sobrantes desde el punto de Yuracmachéi hasta el último cerro llamado
Pan de Azúcar queda a beneficio de todos los coherederos para que lo aprovechen
proindiviso con la condición de que si alguna de las partes quisiera enajenar
su acción cualquiera de los coherederos será preferido en la compra. Igualmente
los pastos denominados Carracuta, Pumashca y otros nombres quedan en común para
todos los coherederos para que lo aprovechen en común y proindiviso. Los
linderos de este último fundo son: por la parte superior el camino de Ichoca a
Marca por el norte al punto de Caracollca por la parte inferior el rio de Churap
y por el Sur el San Juan de Ocallucma. Los terrenos denominados Cochapampa quedan
a beneficio de sus poseedores. Los que no se han dividido o adjudicado porque cada
poseedor tiene sus documentos especiales los cuales se respetan y nos comprometemos
a no reclamar sobre ello”.
Así consta en el Archivo Regional de Ancash. Por
tal motivo, por ser descendiente de mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos en
mi niñez aparte de Cochacar visitaba mucho a Churap, porque mi abuela Tomasa
Padilla poseía una amplia casa en la plaza de armas y al costado de su casa
dejó en herencia casas a medio construir a cada una de sus tres hijas Felicia,
Filadelfia y Elpidia, para que cada una de ellas pueda concluir en la construcción
con sus respectivas familias, igualmente les dejó extensos terrenos y cerros
por Chinchipampa hasta Pampán que hoy están ocupados por personas y familias ajenas
y que nada tiene que ver con estas herencias y propiedades.
La historia de mi Quitañaki tiene pues una
explicación un tanto extensa de como ocurrieron los hechos a mis cinco años de
edad allá por la estación invernal del mes de marzo de 1956, esta costumbre
ancestral que se practica hasta la actualidad, para mejor conocimiento del año
y lugar de los hechos acontecidos es necesario narrarlos en amplitud. Este
acontecimiento se llevó a cabo en casa del Sr. Cesáreo Cueva Padilla quien
fungió como padrino, ésta casa está ubicada hasta la actualidad en la plaza de
armas de Churap muy cerca a la casa de mi abuela Tomasa. La costumbre del warka
rutí consiste en cortar el cabello por mechones, después de finalizar cada baile,
las parejas se acercan para dejar cierta cantidad voluntaria de dinero, en un recipiente
preparado especialmente para la ocasión; por supuesto, los padrinos son los primeros
en bailar e iniciar la ronda de depósitos luego los familiares y finalmente los
invitados.
Los padrinos cada vez que salían a bailar era
motivo de comentarios porque
murmuraban que “Ellos ponen a la par con Londres”, recordemos que en aquella época
existía en circulación el billete de diez soles oro, de color rojo-llamada
libra peruana-cuya cotización tenía equilibrio con la libra esterlina de
Inglaterra. Los padrinos de mi warka rutí fueron don Cesáreo Cueva Padilla
primo de mi madre, y la madrina Doña Jovina Gamarra prima de mi padre, ellos
habían acordado la fecha y lugar de tal acontecimiento. La fiesta del kitañaqui
se realizó en casa del padrino en la plaza de armas de Churap, con invitados de
los padres tanto como de los padrinos, a mis cinco años contaba con una larga
pero muy larga cabellera, enmarañada con “motitas” a lo que los lugareños llaman warca, mis
padres contrataron un conjunto musical vernacular integrado por Bernabé Molina
quien tañía el arpa y era natural del barrio de Jacacuchu a la que también se
le denomina barrio de Llushu, y dos violinistas, uno de ellos Gregorio Ramírez
llamado “Chipuco” del barrio de Pircaymarca, hijo de doña Pulu, mientras que el
otro violinista era Lorenzo Fabián llamado “Wecti Lorenzo” quien vivía en convento,
entrada de Marca.
Se bailó hasta el amanecer debido a lo abundante y
largo de mi warka. Esa noche los padrinos y los invitados habían depositado en
el plato que servía como recipiente de los aportes de los invitados la suma de
ciento ochenta soles oro, mientras duró el baile, yo tenía que estar despierto
y la fiesta terminó a la mañana siguiente cuando quedé totalmente rapado. Es
costumbre que a cada uno de los padrinos se les sirva un plato de picante de
cuy entero como lo hicieron mis padres, más una botella de ron; a los
familiares e invitados les pusieron medio cuy, sin descuidar el huashcu.
Esa noche, en ceremonia especial los padrinos me
obsequiaron una ternera de color blanco, era más bien jaspeada, de dos años de
edad que mis padres le pusieron como nombre “Perla”, que incrementó el ganado vacuno que teníamos por esos años
en “Punku”, donde mi abuela Tomasa
poseía “Hatos” desde tiempos muy
remotos heredados de su padre, que a su vez ellos heredaron de su abuelo y
estos últimos de su bisabuelo, se dice que el bisabuelo de mi abuelita Tomasa
Padilla Ferrer llamado don Lorenzo Padilla era natural de Chiquian quien fue el
primer Padilla que llegó a Churap, era dueño de casi todo Churap por esos
tiempos, estos hatos consistían en una cueva grande y algunas cuevas más
pequeñas enclavadas en los cerros a la altura de punku, con sus respectivos
corrales e inmensas tierras eriazas con mucho pasto natural para las vacas,
borregos y cabras que estaban bajo responsabilidad de mi hermano Ciro durante las
épocas de invierno.
La costumbre ancestral de la fiesta del quitañaqui
donde se realiza el warka rutí de los infantes sea niña o niño, pervive hasta
la actualidad gracias a la identificación y arraigo que le han dado los
pobladores de Marca, el cual concita el interés y cariño de la población
citadina, incrementando nuestra cultura que perdura a través del tiempo.
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