martes, 1 de septiembre de 2020

 

EL ICHIC OLLQO DE COCHACAR…

Escribe: José Santos Gamarra Soto

 

En la cultura andina existen cuentos y leyendas que atraen a chicos y grandes por lo fabuloso, esotérico y novelesco de sus contenidos como el “Ichic Ollqo”, que a mis seis años escuché de mi hermano Ciro, quien me contaba este cuento andino cuando caminábamos por los intrincados caminos de Cochacar, Higos, Pati, Kosma, Jacahuas y alrededores pertenecientes al distrito de Marca, región Ancash. Existen cuentos y leyendas que como manifestación cultural tienen su fundamento en el medio oral, este cuento es de un personaje fantástico en la vitrina andina que nos han contado cuando niños nuestros padres o nuestros hermanos mayores como el presente, el “Ichic Ollqo de Cochacar”, hombrecillo calato que tiene los brazos largos, las piernas cortas y los pies planos y grandes, con un estómago enorme y redondo, estos hombrecillos poseen una fuerza descomunal, que fácilmente pueden partir las rocas, que encandila a sus víctimas en lugares solitarios y los hechiza principalmente a jóvenes pastorcitas llevándoselos a lugares sin retorno.

Este cuento tiene como habitad los escabrosos lugares de los lagos o cochas y los ríos, aunque me causaba mucho temor era uno de mis favoritos por las características intrincadas del cuento allá por los años 50’ del siglo pasado. Ciro, como hermano mayor iniciaba delante de mí la caminata por las chacras de Cochacar y lugares vecinos, o en todo caso elegía el camino y el trayecto por donde deberíamos caminar, lugares que recorríamos entre cantos y silbidos; en el camino me contaba algunos cuentos y leyendas que escuchó a sus mayores, que muchas veces me aterrorizó dada mi edad. A mí temprana edad poco a poco comencé a conocer todos los caminos de Cochacar y alrededores, ya contaba con seis años de edad, podía caminar solo, sin compañía, un día me fui a la chacra de doña “Shaui” en Higos, era el nombre de cariño de doña Isabel Cubillas quien ya era una señora de avanzada edad, vivía en Marca acompañada de su empleada llamada Marcelina; la señora Isabel Cubillas tuvo como hijo a don Artemio Sáenz Cubillas quien a su vez fue padre de don Vidal Sáenz Flores y María Esther Sáenz Flores, la chacra de doña Shaui era vecina con las pertenencias de don Germán Cueva, Alberto Garro y Leonardo Cueva, mientras que hacia el norte de ella quedaba las chacras de don Antonio Espinoza y Dalmiro Padilla.

Doña Shaui, era dueña de una inmensa chacra al sur de Cochacar, vecina con Pati y Kosma, mientras que al frente queda Jacahuás y Antapi. En su chacra existía un inmenso Higal que llegaba hasta el río, que en algunas oportunidades me adentraba en el interior de ella y cogía los frutos maduros, que en más de una oportunidad me serviría de almuerzo cuando mis padres se encontraban en la ciudad. Por aquellos tiempos había gran cantidad de higos en aquel lugar que los Alumbrantes de Semana Santa preparaban los dulces de higo llevados desde aquel lugar. La chacra era muy grande cuyos linderos llegaban hasta la orilla del río, donde una inmensa roca presidía a un “Bonle”, que así llamábamos con mi hermano Ciro a un pozo grande y hondo.

Durante los meses de invierno cuando el caudal de las aguas aumentaba, cruzar de una rivera a otra sin la existencia de caminos seguros ni puentes, era cosa de valientes, por la bravura del río, y además era un lugar solitario y de misterio así como tenebroso. El caudal del río en época invernal aumentaba a causa de las lluvias en las partes altas y por su cauce viajaban árboles, animales y piedras, cuyo sonido en el silencio del campo me atemorizaba mucho pensando que en cualquier momento inundaría mi Cochacar querido. Los agricultores que tenían necesidad de cruzar el río desde Cochacar a Jacahuàs ò viceversa, necesariamente tenían que cruzar por dicho lugar a la que Ciro y yo llamábamos el Bonle del Ichic Ollqo, era una inmenso pozo que tenía características muy tenebrosas, el lugar más hondo del bonle era de color negro y azulado, la cascada por donde caía el agua le daba un aspecto más fantasmal y era de obligado paso por ella, dado que el camino para continuar dicha ruta se tenía que seguir por aquel camino que orilla la chacra de doña Shaui, que nos servía para llegar a sus parajes sorteando pircas y muros que separan a otras propiedades. Cada vecino cuidaba muy bien sus chacras, eran como tableros de ajedrez, los propietarios y vecinos junto a mis padres acordaron ser los únicos en recorrer por esas propiedades.

Ciro, me contó que en dicho bonle vivía Ichic Ollqo, hombrecillo calato de abundante cabellera rubia que le llega hasta los talones y que poseía una caja, que toca y toca en épocas de lluvia, en abundancia de lluvias y en determinado momento canta melodiosamente o llora como un niño perdido para hechizar a sus víctimas, llamando a los niños o a las jóvenes pastorcitas para llevárselas a las profundidades del bonle donde existían lugares exóticos como las estalactitas y las estalagmitas que eran formaciones de rocas en las cuevas existentes junto al bonle y no regresar nunca más, éste era su casa del Ichic Ollqo, adornados de oro y plata, muy relucientes, las veces que al pasar el río yo veía el bonle me parecía más grande y tenebroso, en las tardes, el miedo se apoderaba de mí, tenía que recoger a mis animales, pero felizmente éstos, solos iniciaban el camino de regreso y cosa curiosa, los asnos en las noches se escapaban a Jacahuás a comer alfalfa y luego retornaban porque al día siguiente eran alquilados para servicios de carga.

Por aquellos tiempos, también escuché que en los meses de verano cuando arde el sol en todo el valle, Ichic Ollqo, luce su belleza sentado en el inmenso peñasco que antecede al bonle, secando su rubia cabellera; muchas veces, toma las imágenes parecidas a los familiares ya fallecidos o algún ser querido y astutamente se acerca a los niños para llevárselos consigo hasta desaparecerlos. Tal era el cuento que me atemorizaba porque diariamente tenía que cruzar el bonle para regresar con el ganado vacuno para los que mis padres habían arrendado los alfalfares.

Para cruzar a mis seis años tenía que vencer mis temores y cumplir mi tarea cruzando el río para llegar a Jacahuás, cuyo nombre proviene de las voces quechua: jaca que significa cuy  y wasi, casa. Cerca de Jacahuás se encuentra Antapi cuya toponimia en runa simi, significa lugar de espinas. El Ichic Ollqo, el bonle, el caudal del río en épocas de invierno y el silencio de las noches cuando me quedaba solo en Cochacar, fortalecieron mi carácter y la soledad de las noches me ofrecieron sueños, esperanzas y caminos de éxitos, que hoy los gozo a plenitud.

Fuente: “Historia de Ivo” Autor: José Santos Gamarra Soto

 


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