LA ANTIGUA PLAZA DE ARMAS
Por:
Jorge Humberto Flores Ríos
Me he sentado al
borde de una mañana enmarañada de recuerdos, pensando que el tiempo no tiene
capacidad para el olvido, porque el pasado ni el más remoto pasado se almacenan
en el tiempo, nuestros hechos y nuestras
acciones tienen lugar en nuestra
memoria. La más leve vibración de las cosas y los actos humanos se actualizan
llenándonos de alegría, tristeza o nostalgia.
Hoy, por
ejemplo, he visto a varios niños armar sus arcos para jugar un partido de
fulbito y a medida que pasaban los minutos éramos los marquinos de ni niñez, de
aquel tiempo viejo que jugábamos en nuestra Plaza de Armas, donde se llevaban a
cabo las corridas de toros, las carreras de cintas y los partidos de fútbol.
¡Oh, tiempos aquellos que me llenan de felicidad!.
PLAZA DE ARMAS DE MARCA, AÑO 1955...Poderoso equipo del "SPORT SAN LORENZO".
Fotografìa: Cortesìa Antenor Gamarra Rodriguèz
Ahora estoy
mirando a doña Adela impidiendo que
nuestra pelota caiga en el puquio de agua cristalina que bajaba por la cumbre
de Shancur hasta desembocar en el río. Agua cristalina que dulcificó mi vida y
me llenó de sueños y esperanzas, que ayudé con baldes a mamá para nuestros
alimentos. Todavía vi un terso arroyo que pasaba frente a mi casa, después lo
acanalaron pero siguió el puquio donde nos tirábamos de barriga para calmar
nuestra sed y doña Adela nos señalaba “éste pozo es para la comida y éste otro
para los jugadores”, nunca nos botó aquella mujer menudita de cara redonda,
ojos vivarachos y pelo ondulado, probablemente pasaba los sesenta años de edad.
Cuando le compraba alguna cosa nunca dejó de contarme las anécdotas
de mi padre, que un día de agosto se lo llevaron a residir a Macracruz y
el tiempo se me hizo tan distante. Niño de cinco años miraba los destellos del
sol en el cementerio y llegar a la tarde sin su presencia era desesperante y
peor la puesta del sol sobre las faldas
de Pucaguay, cómo lo reclamaba.
En el arco sur,
la cosa era distinta, hasta le pusieron púas a su puerta, por espiarnos puerta
y púa cayeron sobre su cara y la pelota rodó al piso desinflado y cuando menos
lo pensamos, el guardia Escot sable en mano, empezó a perseguirnos, corrimos en
diferentes direcciones y al llegar a nuestras casas avisamos a nuestros padres
y todos marcharon al Puesto Policial. Era el primer mitin que veía, protestas y
gritos de ira y rabia lo arrinconaron al policía.
Al terminar el
partido de fulbito los niños se retiran a sus casas. Me quedo en una banca
rústica mirando distancias y soledad. Desde
un establecimiento brota una música romántica que se convierte en huayno
y en la voz de nuestra maquinita:”Shancur punta yanalla, yanalla pucuté…”. Las
sombras del pasado gimen en el recuerdo y está toda mi Tierra Bendita de Marca,
aromando mi existencia, llevándola presente en todos los actos de mi vida.
Me viene a la
memoria nuestra Semana Santa. Fue un Jueves, al atardecer, justo las
estandarteras repartían velas y dulces acompañadas por la Banda de Músicos.
Todos los niños nos reunimos en mi casa y planificamos salir en procesión para
ello, cada quien agarró un tubo de fierro, eran sobras que mi padre se había
aventurado para explotar una mina en Churapi, salimos tocando. Frank Gamarra
era mayor, posiblemente tenía más de 16 años porque llevaba un cruz pesada. El
público nos aplaudía, nos regalaban velas, caramelos y biscochos y muchos otros
niños se unieron y según nuestra planificación la famosa desclavación tenía que
ser en el viejo cementerio, donde ahora está la Posta Médica. Antes de
ingresar, tendimos la cruz en el piso, amarramos de manos y pies a un niño como
nosotros, cuyo nombre me reservo e ingresamos al cementerio con nuestra de
Banda de Músicos; y justo, cuando estábamos rezando para hacer la desclavación,
alguien desde la calle gritó: ¡El guardia Escot! Y todo corrimos por diferentes
direcciones para salvarnos y la cruz con
el niño amarrado cayó pesadamente sobre un nicho.
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