domingo, 9 de febrero de 2025

 

***HECHOS HISTÓRICOS DE MI TIERRA*** 

DICTADOR, lanudo, chusco y cabezón

Sucedió en Rosaspampa

Jurisdicción de Marca

Por: José Santos Gamarra Soto

En los albores de nuestra vida, muchos hemos tenido experiencias y anécdotas muy hermosas, así como de las otras que, quisiéramos expresarlos y ponerlos en valor, uno que les cuento a continuación es uno de ellos, de grata recordación para mí, estoy seguro que más de uno sonreirá al leer esta experiencia que me tocó vivir allá por el año de 1958, en el mes de febrero, un día como hoy, en plena carretera en el lugar denominado Rosaspampa, de la ciudad de Marca, provincia de Recuay, departamento de Ancash.

Esa mañana en Cochacar que es una campiña a tres kilómetros hacia el sur de Marca, faltó sal en casa para condimentar el aderezo de la sopa de trigo que estaba preparando mi madre, llamado en nuestra zona como “Chahuatrigo” con tocino y papa que tanto le gustaba a mi padre, hay otra sopa que se llama de “Chaskatrigo”, entonces mi madre, doña Ellpicha, me dice:

- Ivo, cachita rantirami don Ambrosiopeck, ¡cutirami mana tockene seckanyak!

- (Ivo, anda a la ciudad y compra la sal de la tienda de don Ambrosio y regresa antes que seque mi saliva en el piso).

La orden y la señal estaban dadas y tenía que cumplirse de lo contrario me esperaba el castigo. Yo contaba entre seis o siete años de edad. Subí desde Cochacar hacia la cumbre a toda velocidad y tomé la carretera, no corría, volaba, porque temía al castigo con la soga que amarraban a “Planta” vaca preferida de la familia. En el trayecto, en el lugar denominado Rosas Pampa, tuve mi primer escollo. “Dictador”, era un perro muy grande del tamaño de un león, color habano, cabezón, lanudo y chusco, paraba durmiendo en el zaguán del fundo de don Cornelio Virhuez, y comenzó a ladrar muy fuerte; a Dictador cuando ladraba los pelos se le erizaban como al león, era muy bravo, pasar el lugar era cosa de valientes, allí no valía las piedras ni los palos para defenderse.

Inmediatamente recordé que un año antes el mismo Dictador había hecho de las suyas con las nalgas de otro niño, sabedor de ese percance yo tenía miedo de las fauces de Dictador. Sucede que el actual Dr. Hermninio Padilla Silva, de niño y en esa oportunidad, fue presa del afamado Dictador. Herminio caminaba todos los días hacia la Escuela Primaria de Varones N° 1339 bien sea desde Cochacar o Muña Jircan donde sus padres poseían sus pertenencias, el caminaba a la Escuela junto a sus hermanos menores Lucio y Sergio, el último de los nombrados era de mi edad y mi compañero de salón en la Escuela a quien llamábamos cariñosamente como “Checo”. Aquel fatídico día para Herminio fue perseguido por Dictador por la carretera cuesta arriba, alcanzándolo a la altura de la “Paccha” que había junto a la carretera, el can era corpulento de color habano como se ha dicho y pudo dar con el pobre Herminio alcanzándolo y mordiéndole en los glúteos ocasionándole dos heridas del que le emanó mucha sangre.

Enterada del percance doña Clara, esposa de don Cornelio Virhuez y dueña de Dictador, curó las heridas inmediatamente con dos mechones del pelo del perro y con la orina del mismo niño a quien le hizo orinar y sirva como bálsamo para la herida, adhiriéndole los mechones en las posaderas del buen Dr. Hermino, que tardó varios días o semanas para sanar del daño ocasionado, y sin poder sentarse por esos días o semanas.  Es por ello que yo tenía especial cuidado con Dictador, y no me suceda lo mismo que al buen Dr. Herminio quien era nuestro vecino y amigo, entonces esta vez, recurrí a mi astucia infantil, me subí a la piedra más grande que había al costado de la carretera y grité:

- ¡Tìaaaa¡  ¡Tiaaaaaaaá¡

- ¡Dictador no me deja pasar, Tiaaaaaaaaà!

El eco de la voz desesperada del niño penetró hasta el corredor de la casa, donde las personas mayores desgranaban mazorcas de choclos para las humitas y en esas circunstancias Amelia aparecía por el portón gritando:

- ¡Zafa so Dictadoy¡   ¡Zafa so Dictadoy ¡

Amelita, era una niña angelical muy linda, mi contemporáneo, hija de la profesora Rosa Virhuez y nieta de don Cornelio Virhuez, Amelia no pronunciaba bien las palabras por el frenillo que tenía; al verla, el animal se tranquilizó y dando vueltas se enroscó al lado de su ama, mientras yo bajaba de la piedra grande y emprendía veloz carrera hacia la ciudad.

De Cochacar a Marca dista casi tres kilómetros, antes de llegar a la ciudad se pasa por Rárapí, Convento y Mitana; en Rárapi abundan eucaliptos y el camino se hace más angosto, lleno de agua y barro, producto de las filtraciones que emana de la parte alta del cerro llamado Kakawás; en mi recorrido y a esa altura tuve que sortear otro gran obstáculo; el agricultor don Ernesto Falero, montado en su caballo bien enjaezado y con sombrero negro de ala muy ancha, arreaba sus vacas y caballos en buena cantidad con dirección a “Coshrúm”, donde tenía sus tierras con abundante pastizal. Sortear tamaño obstáculo se presentaba difícil para mí, dada mi edad, ¡mama mía!, el tropel de vacunos y equinos eran de temer, por entonces ya había aprendido la poesía del “Cantor de América” José Santos Chocano, “Los caballos eran fuertes”, “Los caballos eran ágiles” La escena se actualizaba cuando subía al escenario a recitar dicha poesía.

Esta manada de vacas y caballos parecía un ejército de rinocerontes que hacía temblar la tierra; yo parado a la vera del camino cerraba los ojos contando los minutos para el paso de los animales, con el riesgo de rodarme al precipicio por cualquier movimiento brusco de algún animal que pasaba, una vez sorteado el escollo continué con mi carrera a la ciudad de Marca con dirección a la tienda de don “Carabina”-Ambrosio, él poseía una tienda de abarrotes en Jr. Bolognesi llamado Chopicalle, frente a la casa de mi abuelita Tomasa, Ambrosio, no tenía hijos ni mujer, nunca se supo sobre su soltería, él, era hermano de “Barca” Isabela quien a su vez era mujer de Godofredo León. Ambrosio Dionisio, era hombre bonachón y bromista que cuando me encontraba en la ciudad acudía a su tienda siempre nos hacía cantar y bailar huaynitos junto a mi amiguita Teobalda hija de Zósimo y Margarita, cuyo premio era un caramelo para cada uno.

Esta vez al llegar a su puerta, me acordé que unos meses antes, cuando estuve en el pueblo con mis padres, con mi amiguita Teobalda asistimos a la tienda de Carabina-Ambrosio para cantar y bailar una nueva canción que habíamos aprendido para luego pedirle que nos regale caramelos, don Carabina, muy gentil nos obsequió, pero antes nos dijo:

- Haber muchachos, ustedes siempre me piden caramelos nomás – nos decía

- Esta vez, les invito una gaseosa que acaba de llegarme de la costa y está en aquel rincón – con la seriedad que le caracterizaba nos señaló una lata grande.

- Tomen ahora, pero poco, porque dicha gaseosa es muy fina y cara – nos dijo

Nos servimos en sendos vasos, felizmente muy poquito, ante la inocencia de los niños don Carabina lanzó una carcajada, no pasaron ni dos minutos cuando comenzamos a sentir fuertes dolores en la garganta y el estómago, porque dicho líquido era kerosene. Al día siguiente enterada mamá Ellpicha, llena de ira tomó un pedazo de leña, intento vengarse buscando al culpable, pero primó su prudencia y con la fuerza que levantó el madero hizo silbar en el aire, pero se detuvo lleno de ira y centellar en sus ojos la ira cuando temblaron sus manos santas de dolor por el hijo de sus entrañas.

Luego de sortear serios obstáculos compré la sal a veinte centavos la libra, yo llevaba treinta centavos, y con el vuelto pedí dos caramelos “perita” de color rojo y amarillo intenso, que costaba medio cada uno, la compra de los dos caramelos era el premio por el mandado, y cuando regresé  a la casa en Cochacar, para mi felicidad, descubrí que la saliva no se había secado.



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