miércoles, 16 de febrero de 2022

 


DICTADOR, Lanudo, chusco y cabezón…
Por: José Santos Gamarra Soto.



En los albores de nuestra vida, muchos hemos tenido experiencias y anécdotas muy hermosas que quisiéramos expresarlos y ponerlos en valor, uno que les cuento a continuación es uno de ellos, estoy seguro que más de uno sonreirá con esta experiencia que me tocó vivir allá por el año de 1958 en la ciudad de Marca, provincia de Recuay departamento de Ancash.
Una mañana en Cochacar, faltó la sal para condimentar el aderezo de la sopa de trigo llamado en nuestra zona como “chahuatrigo” con tocino y papa que tanto le gustaba a mi padre, entonces mi madre, doña Ellpicha, me dice:
- Ivo, cachita rantirami don Ambrosio peck, ¡cutirami mana tockene seckanyak!
- (Ivo, anda a la ciudad y compra la sal de la tienda de don Ambrosio y regresa antes que seque mi saliva en el piso).
La orden y la señal estaban dadas y tenía que cumplirse de lo contrario me esperaba el castigo. Yo contaba entre seis y siete años de edad. Subí desde Cochacar hacia la cumbre a toda velocidad y tomé la carretera, no corría, volaba, porque temía al castigo con la soga que amarraban a “Planta” vaca preferida de la familia. En el trayecto, en el lugar denominado Rosas Pampa, tuve mi primer escollo. “Dictador”, era un perro muy grande del tamaño de un león diría, de color habano, cabezón, lanudo y chusco, paraba durmiendo en el zaguán del fundo de don Cornelio Virhuez, y comenzó a ladrar muy fuerte; a Dictador cuando ladraba los pelos se le erizaban como del león, pasar el lugar era cosa de valientes, allí no valía las piedras ni los palos para defenderse, entonces, recurrí a mi astucia infantil, me subí a la piedra más grande que había al costado de la carretera y grité:
- ¡Tìaaaa¡ ¡Tiaaaaaaaá¡
- ¡Dictador no me deja pasar, Tiaaaaaaaaà!
El eco de la voz desesperada del niño penetró hasta el corredor donde las personas mayores desgranaban mazorcas de choclos para las humitas y en esas circunstancias Amelia aparecía por el portón gritando:
- ¡ Zafa so Dictadoy ¡ ¡ Zafa so Dictadoy ¡
Amelita, era una niña angelical muy linda, mi contemporáneo, no pronunciaba bien las palabras por el frenillo que tenía; al verla, el animal se tranquilizó y dando vueltas se enroscó al lado de su ama, mientras yo bajaba de la piedra y emprendía veloz carrera hacia la ciudad.
De Cochacar a Marca dista casi tres kilómetros, antes de llegar a la ciudad se pasa por Rárapí, Convento y Mitana; en Rárapi abundan eucaliptos y el camino se hace más angosto, lleno de agua y barro, producto de las filtraciones que emana de la parte alta del cerro llamado Kakawás; en mi recorrido tuve que sortear otro gran obstáculo; el agricultor Ernesto Falero, montado en su caballo bien enjaezado y con sombrero negro de ala muy ancha, arreaba sus vacas y caballos en buena cantidad con dirección a Coshrúm, donde tenía sus tierras con abundante pastizal. Sortear tamaño obstáculo se presentaba difícil para mí, dada mi edad, ¡mama mía!, el tropel de vacunos y equinos eran de temer, por entonces ya había aprendido la poesía del “Cantor de América” José Santos Chocano, “Los caballos eran fuertes”, “Los caballos eran ágiles” La escena se actualizaba cuando subía al escenario a recitar dicha poesía.
Esta manada de vacas y caballos parecía un ejército de rinocerontes que hacía temblar la tierra; yo parado a la vera del camino cerraba los ojos contando los minutos para el paso de los animales, con el riesgo de rodarme al precipicio por cualquier movimiento brusco de algún animal que pasaba, una vez sorteado el escollo continué con mi carrera a la ciudad de Marca con dirección a la tienda de don “Carabina”-Ambrosio, él poseía una tienda de abarrotes en Chopicalle frente a la casa de mi abuelita Tomasa Padilla, Ambrosio no tenía hijos ni mujer, nunca se supo sobre su soltería, él, era hermano de “Barca” Isabela quien a su vez era mujer de Godofredo León. Ambrosio Dionisio, era hombre bonachón y bromista que cuando me encontraba en la ciudad siempre nos hacía cantar y bailar huaynitos junto a mi amiguita Teobalda hija de Zósimo y Margarita, cuyo premio era un caramelo para cada uno.
Esta vez al llegar a su puerta, me acordé que unos meses antes, cuando estuve en el pueblo con mis padres, con mi amiguita Teobalda asistimos a la tienda de Carabina-Ambrosio para cantar y bailar una nueva canción que habíamos aprendido para luego pedirle que nos regale caramelos, don Carabina, muy gentil nos obsequió, pero antes nos dijo:
- Haber muchachos, ustedes siempre me piden caramelos nomás.
- Esta vez, les invito una gaseosa que acaba de llegarme de la costa y está en aquel rincón – con la seriedad que le caracterizaba nos señaló una lata grande.
- Tomen ahora, pero poco, porque dicha gaseosa es muy fina y cara.
Nos servimos en sendos vasos, felizmente muy poquito, ante la inocencia de los niños don Carabina lanzó una carcajada, no pasaron ni dos minutos cuando comenzamos a sentir fuertes dolores en la garganta y el estómago, porque dicho líquido era kerosene. Al día siguiente enterada mamá Ellpicha, llena de ira tomó un pedazo de leña, intento vengarse buscando al culpable, pero primó su prudencia y con la fuerza que levantó el madero hizo silbar en el aire, pero se detuvo lleno de ira y centellar en sus ojos la ira cuando temblaron sus manos santas de dolor por el hijo de sus entrañas.
Luego de sortear serios obstáculos compré la sal a veinte centavos la libra, yo llevaba treinta centavos, y con el vuelto pedí dos caramelos “perita” de color rojo y amarillo intenso, que costaba medio cada uno, la compra de los dos caramelos era el premio por el mandado, y cuando llegué a la casa descubrí que la saliva no había secado.
Fuente: Historia de Ivo, Autor: José Santos Gamarra Soto



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