LA ANTIGUA PLAZA DE ARMAS
Por: Jorge Humberto Flores Ríos
Me he sentado al borde de una mañana enmarañada de
recuerdos, pensando que el tiempo no tiene capacidad para el olvido, porque el
pasado ni el más remoto pasado se almacenan en el tiempo, nuestros hechos y
nuestras acciones tienen lugar en nuestra memoria. La más leve vibración de las
cosas y los actos humanos se actualizan llenándonos de alegría, tristeza o
nostalgia.
Hoy, por ejemplo, he visto a varios niños armar sus
arcos para jugar un partido de fulbito y a medida que pasaban los minutos
éramos los marquinos de ni niñez, de aquel tiempo viejo que jugábamos en
nuestra Plaza de Armas, donde se llevaban a cabo las corridas de toros, las
carreras de cintas y los partidos de fútbol. ¡Oh, tiempos aquellos que me
llenan de felicidad!.
Ahora estoy mirando a doña Adela impidiendo que
nuestra pelota caiga en el puquio de agua cristalina que bajaba por la cumbre
de Shancur hasta desembocar en el río. Agua cristalina que dulcificó mi vida y
me llenó de sueños y esperanzas, que ayudé con baldes a mamá para nuestros
alimentos. Todavía vi un terso arroyo que pasaba frente a mi casa, después lo
acanalaron pero siguió el puquio donde nos tirábamos de barriga para calmar
nuestra sed y doña Adela nos señalaba “éste pozo es para la comida y éste otro
para los jugadores”, nunca nos botó aquella mujer menudita de cara redonda,
ojos vivarachos y pelo ondulado, probablemente pasaba los sesenta años de edad.
Cuando le compraba alguna cosa nunca dejó de contarme las anécdotas de mi
padre, que un día de agosto se lo llevaron a residir a Macracruz y el tiempo se
me hizo tan distante. Niño de cinco años miraba los destellos del sol en el
cementerio y llegar a la tarde sin su presencia era desesperante y peor la
puesta del sol sobre las faldas de Pucaguay, cómo lo reclamaba.
En el arco sur, la cosa era distinta, hasta le
pusieron púas a su puerta, por espiarnos puerta y púa cayeron sobre su cara y
la pelota rodó al piso desinflado y cuando menos lo pensamos, el guardia Escot
sable en mano, empezó a perseguirnos, corrimos en diferentes direcciones y al
llegar a nuestras casas avisamos a nuestros padres y todos marcharon al Puesto
Policial. Era el primer mitin que veía, protestas y gritos de ira y rabia lo
arrinconaron al policía.
Al terminar el partido de fulbito los niños se
retiran a sus casas. Me quedo en una banca rústica mirando distancias y
soledad. Desde un establecimiento brota una música romántica que se convierte
en huayno y en la voz de nuestra maquinita:”Shancur punta yanalla, yanalla
pucuté…”. Las sombras del pasado gimen en el recuerdo y está toda mi Tierra
Bendita de Marca, aromando mi existencia, llevándola presente en todos los
actos de mi vida.
Me viene a la memoria nuestra Semana Santa. Fue un
Jueves, al atardecer, justo las estandarteras repartían velas y dulces
acompañadas por la Banda de Músicos. Todos los niños nos reunimos en mi casa y
planificamos salir en procesión para ello, cada quien agarró un tubo de fierro,
eran sobras que mi padre se había aventurado para explotar una mina en Churapi,
salimos tocando. Frank Gamarra era mayor, posiblemente tenía más de 16 años
porque llevaba un cruz pesada. El público nos aplaudía, nos regalaban velas,
caramelos y biscochos y muchos otros niños se unieron y según nuestra
planificación la famosa desclavación tenía que ser en el viejo cementerio,
donde ahora está la Posta Médica. Antes de ingresar, tendimos la cruz en el
piso, amarramos de manos y pies a un niño como nosotros, cuyo nombre me reservo
e ingresamos al cementerio con nuestra de Banda de Músicos; y justo, cuando
estábamos rezando para hacer la desclavación, alguien desde la calle gritó: ¡El
guardia Escot! Y todo corrimos por diferentes direcciones para salvarnos y la
cruz con el niño amarrado cayó pesadamente sobre un nicho.
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